jueves, 15 de noviembre de 2012

LA CRISIS DEL SISTEMA EDUCACIONAL Y LA UNIVERSIDAD DEL MAR.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21, 16 / 11 / 2012. Las diarias irrupciones en las calles del estudiantado universitario y secundario y las severas críticas de intelectuales y de organismos internacionales (OCDE, entre otros) sobre el sistema educacional chileno, no son, obviamente, obra del azar. Por cierto, reflejan la aguda crisis por la que éste atraviesa, y, particularmente, la educación superior. Empecemos por referirnos a ella, puesto que hoy nos ocupa el inminente cierre de la Universidad del Mar. La educación superior acusa una grave crisis, probablemente la peor de su historia. El país ya se acostumbró a los escándalos de lucro que algunas universidades del sector privado probadamente han obtenido y, eventualmente, aún obtienen, en clara violación de la Ley (¡si hasta el ex – ministro de Educación Joaquín Lavín, admitió haber lucrado cuando era directivo de una de ellas!); los sobresueldos que rectores de universidades estatales y sus cercanos se adjudican unilateralmente en su favor; los despidos masivos de académicos y funcionarios en esas mismas universidades, a vista y paciencia de su único dueño, el Estado; los abusos de poder y la ausencia de instancias democráticas de participación de todos sus estamentos, que ha traído como consecuencia un clima de temor sin precedentes entre docentes y personal de apoyo, que se encuentran en la más franca indefensión, puesto que nadie, ni ley alguna asegura su estabilidad laboral. A este oscuro panorama, se suma el peor de todos: la progresiva baja en la calidad y exigencia académicas, cuyos efectos ya se están advirtiendo en la calidad profesional de sus egresados. Para rematar, las universidades chilenas –salvo algunas estatales solamente- realizan muy poca actividad investigativa, y menos aun en materia de vinculación con el medio (antes, “extensión universitaria”). Todo empezó con el experimento neo-liberal chileno en educación, impuesto al país revolucionariamente y por la fuerza en 1973. A partir de entonces, todas las universidades, sin excepción, se transformaron en objeto de mercado. El Estado perdió todos sus institutos profesionales, puesto que la dictadura los vendió a precio de huevo a empresarios privados, mientras a la par se permitía el surgimiento de decenas de universidades privadas, en el marco ideológico propio del liberalismo económico, la “competencia.” En fin, la educación superior ahora se compra, lo que antes del golpe militar de estado no era así. Por el contario, era un derecho, y, como tal, de alta calidad y gratuito. Con el advenimiento del régimen subsidiario en Educación, se impuso la noción que compitiendo las “mejores” universidades prevalecerían sobre las demás, fueran estatales o privadas. Como sabemos, para los acólitos de Milton Friedman y su escuela de Chicago, competir por dinero es la garantía universal de calidad; pero, lo que, en su ceguera monetarista, los Chicago boys no podían ver, era que no es posible introducir el régimen de la competencia por dinero en las instituciones sociales que tienen que ver con las cosas del espíritu, como la educación. Por ejemplo, a la buena educación escolar, salvo excepciones, sólo acceden las familias provenientes de los minoritarios estratos sociales más acomodados, garantizando así el ingreso de sus hijos a las universidades. En suma, la premisa neoliberal fue falsa. Es sólo cosa de ver los resultados. Rápidamente, el país advirtió que las universidades no competían en calidad, sino por dinero, a pesar de la dictación de la hipócrita ley que, en el caso de las universidades privadas, les prohibía lucrar; y para las estatales, sostenerse a duras penas como si fuesen empresas sustentables independientes del Estado. En los hechos, que es lo único que importa, la tal competencia por calidad resultó ser competencia por cuáles universidades se las arreglaban para cazar y retener más clientes (perdón, estudiantes). Aunque a mucha gente –tal vez la mayoría – no le gusta oír la verdad, digamos con todas sus letras que aquí se las universidades están compitiendo por dar más facilidades de ingreso a ellas. Por lo tanto, la exigencia de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), salvo el caso de las universidades más importantes del país, se ha transformado en un requisito casi sólo nominal. Además, otro hecho objetivo es que, de manera progresiva, quizás medio inconscientemente, la exigencia académica ha ido decreciendo, con el propósito central de retener a los alumnos ya captados. Total, subsistir es siempre lo primero. Cuando las cosas ya estaban pasando la raya; es decir, cuando estaban en el nivel del escándalo, incluso internacional, al Estado le vino en mente aplicar un sistema de control de calidad ya viejo en el mundo desarrollado, el Sistema de Acreditación de las Universidades (SAU). La idea era buena, porque por fin se pondría coto a la falta de seriedad que ya estaba caracterizando a la educación superior. Sin embargo, el peso del sistema que rige la vida económica del país, el neo-liberal, resultó ser más fuerte. SAU, además de estar su transparencia en entredicho público, ha probado ser extremadamente ineficiente. Un solo ejemplo: lo primero que llama poderosamente la atención en la decisión de MINEDUC, con el ministro Beyer a la cabeza, de solicitar el cierre de la Universidad del Mar al Consejo Nacional de Educación (CNED), es que ella fue efectivamente acreditada, y, precisamente, durante esta administración. En verdad, el trámite que ha iniciado MINEDUC con miras a cancelar la Universidad del Mar, más parece un golpe de propaganda del gobierno que otra cosa, justo a poco tiempo de la próxima elección presidencial. Por supuesto, qué mejor impacto mediático que dar una demostración de autoridad y preocupación por la calidad de las universidades, mandando a la hoguera a una de las más grandes, con sus 22.000 alumnos, con todos los riesgos de reubicación y finalizaciones de carreras que eso implica, los que, por supuesto, muy difícilmente podrá solucionar en debida forma, además de poner en el desempleo a cientos de docentes y funcionarios. Esta demostración de “seriedad” necesitaba una víctima, y el chivo expiatorio fue la Universidad del Mar. Si se observa el comportamiento académico y administrativo del conjunto de las universidades chilenas, se podrá fácilmente constatar que muchas de ellas han acusado y aún acusan los mismos problemas y fallas que hoy tienen en capilla a la Universidad del Mar, entre ellas, algunas privadas y estatales del propio Consejo de Rectores (la llamadas “tradicionales”). En verdad, hace mucho tiempo que el duopolio que gobierna el país debió intervenir en la Educación superior. Hasta las propias universidades tradicionales - sobre todo las de provincia, que son las parientes pobres del sistema – debieron entrar en el juego de la “competencia,” eliminando asignaturas, evitando al máximo contratar profesores “caros” (los de alta graduación, obtenida en países desarrollados, por supuesto), y haciendo de la exigencia de puntajes de PSU, una cuestión de decisión discrecional, no aplicable como sistema, sino según las necesidades financieras de la institución. Entonces, con respecto al interés del gobierno de Piñera por cerrar la Universidad del Mar, no sólo llama la atención que ella se haya acreditado durante su mandato, sino que se pida su cierre justo cuando se yergue como la única que abierta y públicamente se encuentra en proceso de corrección de sus fallas administrativas y académicas, con arreglo a la Ley. Por ejemplo, hoy la Universidad del Mar puede probar que no hay en ella magnates que estén lucrando, lo que difícilmente podrían probar otras. Además, ha conseguido estabilizarse académicamente lo suficiente como para recabar con normalidad este año académico. La campaña de Beyer, que, a todas luces, no es ecuánime, ya ha dado sus frutos. Esta universidad no tendrá alumnos nuevos en marzo próximo, ni los antiguos- fuera de los que aterrorizados por la campaña del gobierno ya se han ido- podrán optar al CAE, (Crédito con Aval del Estado), debido a la situación de “acusada” en que se encuentra. A Beyer se sumó, curiosamente, “El Mercurio,” que hizo público, ante las propias narices del ministro, un informe sobre la Universidad del Mar que era, estrictamente y por ley, reservado. Ahora, la filial local del “decano,” en entrevista a una alumna, llama indirectamente a los estudiantes a irse a otras universidades, agregando, además, que hasta hay veterinarios haciendo clases en la carrera de Medicina, lo que, ya averiguado, es completamente falso. Seamos serios. Si en el plazo de, digamos, un año, después de un examen objetivo sobre los resultados de los esfuerzos que está haciendo la Universidad del Mar por estabilizarse, se comprobara que tales esfuerzos han sido infructuosos, bien puede MINEDUC impetrar ante el CNED su cierre. Esto, empero, lo obliga moralmente a actuar igualmente, y de inmediato, sobre TODAS las demás universidades.