martes, 24 de diciembre de 2013

ADIOS, PIÑERA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 27/ 12 / 2013. Las condiciones de político de Sebastián Piñera, son innegables; por lo menos, de político profesional tradicional en un país en desarrollo. Imposible negar su simpatía, buen humor y la gran destreza verbal que surge en su auxilio cuando debe responder preguntas de periodistas, aunque, por cierto, a veces no las responda en absoluto. Quizás su mayor falla es su inveterado y acendrado personalismo. Según sus propios cercanos, mientras fue Presidente de la República, las más de las veces sus decisiones no fueron resultado de un acabado y bien reflexionado consenso en el seno de la coalición oficialista. Por ello, no consiguió mantener unidos a los dos partidos políticos que consiguieron llevarlo a la primera magistratura del país hace cuatro años; ni siquiera mantener un liderazgo que fuera indiscutido dentro de su propio partido, Renovación Nacional (RN). Es eso lo que explica por qué su ambición, muy personal por cierto, de volver al gobierno en 2018, ya se ve eclipsada por el rechazo que esta característica suya despierta en importantes sectores y caudillos de RN y la UDI. Demasiado confiado en sí mismo, sin procurarse las debidas asesorías en materia económica y asuntos de cultura general, Piñera, demasiado a menudo, en un afán enfermizo de parecer como un hombre culto y que lee mucho, demostró infinidad de veces exactamente lo contrario. Esto último dio a sus opositores políticos y pasquines cómicos la feliz oportunidad de lanzarle todo tipo de chanzas, que se hicieron proverbiales en las famosas “piñericosas.” El inflado ego del saliente Presidente lo llevó a arriesgar en demasía su prestigio político cuando, por probar los supuestos logros de su gobierno, daba los más alegres datos sobre nuestra realidad económica. Al cuento del ex - presidente Ricardo Lagos que “estamos en el umbral del desarrollo,” que Piñera no dejó de repetir durante cuatro años, se suman otros, como que “crecemos más que todos los países de América Latina”, “somos superiores a los tigres asiáticos” y “tenemos la cesantía más baja del subcontinente.” Todos estos mitos fueron una y otra vez desmentidos no sólo por la dura realidad que viven millones de familias chilenas cada día, sino por lapidarios informes de, por ejemplo, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), entidad técnica dependiente de las Naciones Unidas. Según un reciente informe oficial de la CEPAL, con sólo un 4 %, Chile crecerá menos que Paraguay (13%), Panamá (7,5%), Bolivia (6,4%), Perú (5,2%), Nicaragua (4,6%), Uruguay (4,5%) y Argentina (4,5%). No sólo eso, las cosas seguirán así por mucho tiempo. En 2014 el crecimiento regional estará encabezado por Panamá, con 7%, seguido por Bolivia (5,5%), Perú (5,5%), Nicaragua (5%), República Dominicana (5%), Colombia, Haití, Ecuador y Paraguay (los cuatro con 4,5%). En otras palabras, todos estos países crecerán más que Chile, y sin tomar en cuenta que Chile es uno de los países que acusan las mayores desigualdades en el ingreso per cápita. Las grandes cifras sobre desempleo, además de no tomar en cuenta las decenas de miles de ambulantes que para las estadísticas oficiales son considerados “empleados,” son otra fantasía. La CEPAL informa que la tasa de desempleo para la región de América Latina se mantiene este año estable al pasar de 6,4% en 2012 a 6,3% en 2013. En otras palabras, la cesantía en Chile no es ni será en el mediano plazo mayor ni peor que la que se observa en los demás países de Latinoamérica. En fin, es muy difícil que don Sebastián vuelva a liderar la coalición de derecha en 2018. Al paso ya le salió Andrés Allamand, un fiero y poderoso contendor de su propio partido, que lo ha criticado acerbamente en los últimos días. Llegado el momento, Allamand, que no se anda con chicas, bien podría enrostrarle sus oscuros negocios con Ricardo Claro en el Banco de Talca, que lo obligó a vivir prófugo de la justicia por mucho tiempo. Así que, al parecer… adiós Piñera.

viernes, 20 de diciembre de 2013

BACHELET, PRESIDENTA

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 20 / 12 / 2013. Michelle Bachelet ganó las elecciones presidenciales, y, por cierto, su contundente victoria es el indicador indiscutible que el país, en el nivel de la conciencia social, ha venido cambiando dramáticamente en los últimos años. Por supuesto, llama la atención que en el balotaje participó sólo el 40% de los chilenos que tenían derecho a voto, aunque tal circunstancia ya venía produciéndose in crescendo en todas las elecciones desde el advenimiento de la democracia, y, tómese nota, cuando el voto era obligatorio. La gran masa de chilenos que no votó refleja la falta de credibilidad popular al conjunto del sistema político vigente y sus dirigentes, como asimismo el escaso grado de cultura cívica y política de una gran parte de la población, que, simplemente no se interesa para nada en la cosa pública. Mayoritariamente, esa opción no es una postura ideológica, ni programada en ningún sentido, porque, evidentemente, si esa masa hubiese sido obligada a votar, como era en el pasado, bien podría haber optado por la derecha, por Nueva Mayoría (NM) o por las candidaturas menores que corrieron en primera vuelta. Nadie, en efecto, es dueño de los votos del abstencionismo, la única bandera que en estos momentos exhiben muchos voceros de la derecha para atenuar el fuerte impacto que ha tenido su derrota electoral en el seno de la sociedad chilena. Pensemos, por lo tanto, en el electorado que fue a votar, porque se trata de chilenos que están involucrados realmente en el desarrollo político del país. Pues bien, la más contundente mayoría de ese electorado apoyó la opción Bachelet. Se trata de una gran masa ciudadanía que está plenamente consciente que el país necesita la toma de urgentes medidas destinadas a la producción de cambios institucionales de fondo en el país. Incluso, muchas de esas medidas no están contempladas en el programa que Bachelet ofreció al país durante su campaña electoral. Además, gran parte de esa masa, consciente de sus problemas y sus causas, está organizada en sindicatos y en los movimientos sociales que espontáneamente surgieron en el país a partir del día en que los estudiantes secundarios (esos “pergenios malcriados” como los calificó el ultra-conservador Pérez de Arce), demostraron que la vía institucional para corregir la desastrosa situación de desigualdad social existente es insuficiente. Son millones de chilenos que desde hace mucho tiempo ya no comulgan con la rueda de carreta del “país exitoso” que somos, que cada día estamos mejor, que ya no quedan sino unos pocos años para ser el primer país desarrollado del sub-continente americano, y otras fantasías. Lo interesante del fenómeno de los movimientos sociales por cambios en Chile, es que irrumpieron durante la primera administración de Michelle Bachelet; es decir, contra su gobierno. Ergo, de su reciente victoria electoral no se puede inferir necesariamente una espectacular confianza ciudadana en ella o en los partidos de NM. Por lo tanto, el resultado de las elecciones sólo ha puesto en evidencia, sobre cualquiera otra consideración, el rechazo popular al orden vigente heredado de la dictadura cívico-militar de derecha que imperó en el país; orden que los partidos de la Concertación no hicieron más que administrar durante 20 años. De modo que la ciudadanía se ha pronunciado de manera categórica, no tanto en favor de Bachelet, sino contra la autora del orden imperante, la derecha política. Esto no es, en verdad, mérito de NM, ni de la Concertación, ni de la izquierda más ideológica, sino consecuencia del agotamiento del orden neoliberal vigente, que ya entró definitivamente en contradicción con los intereses de las grandes mayorías del país. La mayoría de los chilenos ya no duda que el país es profundamente desigual en el ingreso, que las AFP y las Isapres no son sino el más espectacular nicho de negocios para las grandes empresas y bancos privados, que la educación es clasista y mala, y que la Constitución del 80 es espuria. En fin, esperemos que la Presidenta responda a la sed de justicia social de esas amplias mayorías, y que la reacción de la derecha, ante la realización de cambios, por profundos que sean, no la lleve a la peor de las violencias, como así ocurrió hace 40 años.

jueves, 12 de diciembre de 2013

EL VERDADERO MANDELA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 13 / 12 / 2013. La muerte del líder sudafricano Nelson Mandela le ha traído una ola de panegíricos que en muchos casos sorprende por su origen. El colonialismo, el anacrónico sistema de explotación de los pueblos débiles por las naciones más fuertes, ha terminado recientemente sólo en virtud de un largo y cruento proceso de lucha, en el que Mandela, en África, se destacó especialmente. El peor de los últimos enclaves coloniales fue, sin duda, Sud-África. Si bien dejó de ser colonia inglesa en 1961, el poder total del Estado, de las fuerzas armadas y del gobierno no sólo fue heredado exclusivamente por su minoría blanca, sino que esa minoría tuvo la tupé de imponer el “apartheid,” un régimen de segregación racial que privó de todo tipo de derechos al 80% de la población, los negros. Mandela ingresó al clandestino Congreso Nacional Africano (CNA), partido político que desde su fundación en 1912 se había definido como independentista. Desde el mismo día de su establecimiento, el CNA organizó continuos actos de resistencia contra el apartheid. La lucha llegó a su apogeo en 1960, cuando el gobierno blanco ordenó disparar contra una multitud de manifestantes en Sharpeville, donde murieron hombres, mujeres y muchos niños. Fue entonces cuando Mandela, elegido el jefe mayor del CNA, declaró la guerra revolucionaria al gobierno del apartheid. La guerrilla organizada por Mandela realizó ataques a posiciones militares y actos de sabotaje a instalaciones de importancia económica. Paralelamente, recorrió diversos países del mundo en busca de ayuda económica y logística para sostener la lucha armada. Las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos, se preocuparon porque Mandela hablaba de independencia política y económica, y, además, comandaba un ejército guerrillero. Pasó, entonces, a integrar la lista negra de la CIA y fue oficialmente calificado por ésta de “terrorista.” En 1962, una violenta ofensiva militar del gobierno segregacionista terminó con la muerte de cientos de dirigentes del CNA, y Mandela, capturado y salvajemente torturado, fue condenado a prisión perpetua con trabajos forzados. Durante los 27 años de su encarcelamiento, absolutamente ningún gobierno ni político de derecha del mundo habló de su grandeza y heroísmo, menos aun de la legitimidad de su lucha, sin mover un dedo por su libertad. Durante décadas, el CNA no dejó de pelear, a la par que otros pueblos y partidos congéneres en Angola, Namibia, Botsuana, Zimbabue, Mozambique, Suazilandia y Lesoto se sumaban a las guerras de liberación. La lucha culminó cuando en los 80, la guerra civil en Angola, ex - colonia portuguesa, llegó a su clímax. Tropas sudafricanas y congolesas intervinieron en ese país en favor del régimen aliado gobernante. Fue entonces cuando Cuba intervino en Angola, cumpliendo la promesa hecha al CNA y al propio Mandela unos años antes. El triunfo de los cubanos y los ejércitos rebeldes angoleños se produjo en la batalla de Cuito Cuanavale, el 23 de Marzo de 1988. Mandela escribió desde la cárcel que esa victoria era “el punto de inflexión para la liberación de Sud-África y el fin del flagelo del apartheid.” Así fue, porque el gobierno segregacionista había perdido sus aliados militares africanos y, además, la gran mayoría del país, los negros, se habían puesto de pie. El CNA había triunfado. En 1994, Mandela, ya libre, conformó con la minoría blanca un gobierno de transición que convocó a elecciones generales, que ganó él, y supo establecer en su patria un ejemplo de Estado multiétnico democrático. En 1995, Mandela declaró que la victoria de Cuito Cuanavale había sido el “Stalingrado” del apartheid, agregando sobre la decisiva intervención cubana en ella: “Jamás olvidaremos este incomparable ejemplo de desinteresado internacionalismo. Admiramos los sacrificios del pueblo cubano en el mantenimiento de su independencia y soberanía ante la viciosa y orquestada campaña imperialista por destruir la impresionante fuerza de su revolución. ¡Viva el camarada Fidel Castro!" Buen recordatorio para muchos.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿FIN DE LAS AFP?

HAROLDO QUINTEROS. 6 DE DICIEMBRE DE 2013-12-04 Probablemente, las Administradores de Fondos de Pensiones (AFP) sean en la conciencia colectiva nacional la mayor lacra que el país heredó de la dictadura. Por lo menos, fue la más engañosa. La propaganda oficial de los 80, “demostraba” en sus diarios mensajes “mercuriales,” radiales y televisivos que el sistema era muy conveniente para los trabajadores, una vez llegado el momento de jubilar. Muchos entraron a las AFP amenazados, o por miedo; otros lo hicieron voluntariamente, y finalmente, otros, los más advertidos, simplemente permanecieron en el sistema antiguo, que después se transformó en el Instituto de Normalización Previsional (INP), y finalmente en el Instituto de Previsión Social (IPS). A todo esto, las privilegiadas FF. AA siguieron en el sistema antiguo, lo que anunciaba el fraude que se nos venía encima. Y así fue. En la más absoluta mayoría de los países del mundo, en el peor de los casos, un jubilado recibe alrededor del 65% de su último salario. En Chile, esa suma bordea la tercera parte. Un equipo de CENDA, liderado por el economista Manuel Riesco, publicó no hace mucho un estudio sobre el sistema de las AFP, que, entre otras sorpresas, demostró que de cada tres pesos que recauda el sistema, tanto por la vía de la cotización de los afiliados como de subsidios del Estado, dos se quedan enredados entre las AFP y los grandes grupos financieros, que, en la práctica, son los mismos. La conclusión más importante fue otra. El estudio demostró que si el sistema de pensiones volviera a ser de control de Estado, las pensiones que otorgan las AFP serían del mismo rango que las que ofrece el sistema público (IPS). Bueno, la pregunta no puede ser más obvia. Si el sistema es tan inconveniente para los trabajadores chilenos, ¿por qué no se ha eliminado o modificado? Pues, simplemente, porque se ha entronizado en el orden económico nacional, el que ni la derecha ni la Concertación, en mayor o menor medida comprometidas con él, se han atrevido a modificar. Matthei, de ser elegida presidenta, como firme admiradora de la “obra de mi general,” en el mejor de los casos podría modificarlo levemente, para no tener que enfrentar la ira popular, que se vendrá encima con los movimientos sociales, que están sólo esperando su hora para actuar. Bachelet no propone eliminar el sistema, sino crear una AFP estatal, sin fines de lucro. Por supuesto, con lo que ella no parece contar es que lo que quiere la mayor parte del país es la eliminación de las AFP y su reemplazo por un sistema previsional de Estado. En verdad, la eliminación o modificación sustancial del sistema de AFP sólo necesita la mayoría absoluta de los senadores y diputados en ejercicio, como así lo estipula el Artículo 19, Nº 18 de la Constitución. Es decir, el inminente gobierno de Bachelet (quién puede dudar que ganará), si lo quisiese, podría terminar con el sistema de AFP, puesto que cuenta con la mayoría parlamentaria en ambas cámaras para hacerlo. ¿Lo hará? Recordemos que para producir el fin o la modificación de las AFP basta un solo doblaje en el Senado y en la Cámara de Diputados respectivamente, mayoría que ella tuvo en su anterior gobierno durante dos años, y que no quiso utilizar, tanto para sustituir el sistema de AFP como cualesquiera otras instituciones económico-sociales neoliberales heredadas de la dictadura. Agitados tiempos se nos vienen, porque a nuestro aporreado pueblo ya se le ha acabado la paciencia, y va a exigir, como sea, que este infamante negociado con el trabajo de toda una vida de cada chileno, por fin, termine.