martes, 17 de junio de 2014

CENSURA: EL CASO PAMELA JILES.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 20 /06 / 2014. CENSURA: EL CASO PAMELA JILES. La libertad es el mayor bien a que puede aspirar el ser humano. Como vive y necesita interactuar con sus semejantes, sabe que el único límite de su libertad es la libertad de los demás. Dicho con más claridad, así como él merece el respeto de todos, cual es la garantía de vivir en paz, sin que se conculquen sus derechos, ni se lo despoje de sus bienes ni de su dignidad, a él no le está permitido hacer lo contrario con sus congéneres. No obstante este principio tan acariciado por todo el mundo, la libertad se vulnera a diario en todas partes, ora abierta y hasta violentamente, ora veladamente. En este último caso, la expresión de la libertad que más se pisotea es la más visible, la libertad de expresar públicamente y sin temor lo que se siente, siempre que se haga al amparo de la verdad. El único canal para el ejercicio de ese derecho lo constituyen los medios de comunicación de masas, los que en un país realmente libre siempre son parejos en cuanto representar las corrientes de opinión existentes y, además, en alcance, al punto que toda persona puede hacer oír sus opiniones hasta los últimos rincones del país en que vive. ¿Qué sucedió, entonces, con Pamela Jiles, la polémica periodista y ex - estrella del programa “Mentiras Verdaderas” del canal de televisión “La Red,” recientemente despedida, a pesar del enorme “rating” que tenía? El tema de Jiles era exclusivamente la política contingente nacional, y a ella, directa y atrevida en sus juicios, y, por añadidura, sin compromisos con ninguno de los grandes bloques que gobiernan el país, le dio por criticar, de rey a paje, a conocidos personajes de la vida política nacional. No sólo eso, también combinaba la crítica de las actuaciones públicas con la idoneidad de muchos de ellos, disparando ácidos cargos de nepotismo, compadrazgos, apostasía política y oportunismo. Eso, como era de esperar, difícilmente podía pasar inadvertido. Al ser exonerada, Jiles no culpó a la plana ejecutiva de La Red, sino a “presiones de la élite que manda en el país,” para agregar luego que “esa élite se sintió tocada por mis opiniones.” En otras palabras, Jiles dijo que La Red fue presionada para ponerla en la calle. La periodista, desde luego, no se refería a una élite de la moda ni deportiva, sino a grupos fácticos que actúan desde las sombras. ¿Tanto poder tienen en Chile esas élites? El asunto es de veras preocupante, porque Jiles no se atrevió a identificar a nadie en particular. El asunto pasa de castaño a oscuro cuando al mismo tiempo su hijo, un muchacho de 19 años, es acusado de robo en una tienda, y luego es retenido en el lugar varias horas contra su voluntad; es decir, ilegalmente. El Colegio Nacional de Periodistas, alerta, decide intervenir en el caso, porque, evidentemente, se trata de una cuestión de principios para ellos. El Presidente nacional de la Orden, Marcelo Castillo, declaró hace unos días: “las denuncias que estaba haciendo Pamela Jiles tocaban estructuras sensibles del poder en Chile (…) las personas cuando se sienten afectadas por una información tienen muchas alternativas a las cuales recurrir, pero jamás deberían llegar a mecanismos de censura, porque para eso existen los tribunales de ética del Colegio de Periodistas y los Tribunales de Justicia, para delitos tipificados como injuria y calumnia.” Exacto, si la Ley explícitamente establece drásticas sanciones contra quienes ofendan la honra de las personas con injurias o acusaciones gratuitas, ¿por qué los afectados no se querellaron contra ella? No sólo eso, ni siquiera jamás respondieron sus dichos. Puede ser porque no le dieron mayor importancia al asunto, lo que libera a Jiles de toda posible culpa, o bien, porque sus críticas, hasta las más duras, eran indesmentibles. En fin, el hecho es que Pamela Jiles fue despedida de La Red por verter opiniones, de las que siempre exhibió pruebas documentadas. Este es, sin duda alguna, un caso típico de lesa libertad de palabra, y, por supuesto, no puede dejar de inquietarnos, si hemos asumido siempre que nuestro ideal social como chilenos es vivir y seguir viviendo en un país libre.

viernes, 6 de junio de 2014

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 06 / 06 / 2014. REYECITOS.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 06 / 06 / 2014. REYECITOS. El 14 de abril de 1931, España proclamó democráticamente la República. Hasta ese día, España había sido una monarquía, desde siempre, sólo con la excepción - insignificante y accidental- de la llamada “Primera República,” que sólo duró un año (1873-1874). El contexto histórico en que nacía la República tiene directa relación con ella. En 1929, se había desencadenado en el mundo la gran crisis del capitalismo, que en Europa afectó muy especialmente a España. En ese singular trance, se alzaban en toda Europa dos opciones políticas. Una, era la opción de un modelo social-demócrata, republicano, pluralista y laico; es decir, el modelo hoy universalmente considerado como el moderno. La otra opción era el nazi-fascismo, dictatorial, etno-céntrico y beligerante, que en Europa vino a encabezar, en 1933, Adolf Hitler en Alemania, seguido por dos aliados, el italiano Benito Mussolini, y… nada menos que los minoritarios derrotados partidos y sectores conservadores españoles, que con tanto ahínco se opusieron al establecimiento de la República y a la novel social-democracia hispana. Encabezados por el general Francisco Franco, 5 años demoraron los partidarios del antiguo régimen en organizar la guerra contra la República, que jamás habrían ganado si no hubiesen contado con el total apoyo militar de Hitler y Mussolini. Desde 1939, año en que Franco se hizo del poder, hasta el final de la II Guerra Mundial, España respaldó la causa nazi-fascista sin ningún tipo de ambages, a tal punto que hasta proveyó a Hitler de soldados para sus guerras. Era lógico que así fuera. Imposible olvidar, por ejemplo, que Almería, Guernica y muchas otras ciudades y pueblos ocupados por las fuerzas leales a la República fueron arrasadas por bombarderos alemanes e italianos. Después de 35 años de dictadura, Franco murió de viejo, sin antes imponer al país la restitución de la monarquía, que el pueblo, que sólo deseaba paz, aceptó estoicamente. Que conste: el renunciado Juan Carlos de Borbón, al fin de cuentas, fue rey sólo porque el nazi-fascismo internacional destruyó a sangre y fuego la República española, y porque un feroz dictador así lo decidió. La monarquía hispana, tan costosa, inútil y parasitaria como cualquiera otra, no solamente tiene en su contra los escándalos a que ya tiene acostumbrada a la opinión pública internacional, con sus yernos procesados por estafa y corrupción, un reyecito que furtivamente se dedica a matar elefantes y otras bestias en extinción y tiene escapadas nada católicas con clandestinas amantes, con las interminables vacaciones en el palacio de Marivent, donde se recibía en costosísimos banquetes a Lady Di y los famosos de Hollywood, con los cruceros en yate a Las Canarias, el esquí en los Alpes y demás pasatiempos con que Juan Carlos y su familia mataban el aburrimiento. No, no. También está en su contra el hecho indesmentible que España, que se da el lujo de una ostentosa y carísima monarquía, se encuentra asfixiada por una atroz crisis económica, con 6 millones de cesantes, equivalentes a un cuarto de su población activa y a un cincuenta por ciento de los jóvenes; una inflación galopante, pobreza y desigualdades sociales sin precedentes en el último siglo. En esta coyuntura histórica, se dan dos situaciones. Por una parte, el rey elefanticida ya designó a su hijo como su sucesor (harto machista el reyecito, porque por edad, era su hija mayor a quien correspondía la sucesión); y por otra, ruge el clamor popular por un referéndum en que los españoles, democráticamente como en 1931, elijan si quieren seguir con reyes y príncipes, o restablecer la República. Imposible perderse.