jueves, 25 de diciembre de 2014

EL CASO LARRÁIN, O CRÓNICA DE UNA ABSOLUCIÓN ANUNCIADA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 26 / 12 / 2014. Dicho en términos simples, la Justicia es dar a cada uno lo que merece. Se administra a través de mandatos que el hombre se ha fijado, las Leyes. En su historia hacia su perfeccionamiento, el gran paso que dio la Humanidad fue la introducción del sistema democrático como marco político y de convivencia social. Si bien las leyes siempre fueron obligatorias, con la democracia ese carácter vendría a regir para todos por igual, de rey a page, sin excepción. Vale decir, ante la Ley, somos todos iguales. Pero en Chile, ¿lo somos realmente? La reciente absolución de Martín Larraín, el joven miembro de una familia rica e influyente en el poder político del país, está demostrando lo contrario. La gravedad del hecho nos obliga a declarar con todas nuestras fuerzas que estamos ante una situación tan insólita como atrevida y cínica: los propios administradores de la Justicia nos notifican, una vez más, que ella no es ecuánime. Así como en los primeros años de la dictadura prestaron todo su apoyo al dictador y desoyeron las protestas -que, por cierto, eran universales- sobre las horrendas violaciones a los Derechos Humanos que entonces se cometían, hoy vemos cómo el hijo del connotado millonario y político Carlos Larraín, es absuelto luego de haber dado muerte a un hombre mientras conducía ebrio. En tanto, un oscuro ladronzuelo de un par de zapatos, o una abuela pobre que vendía marihuana en una esquina, se secan en las cárceles. ¡Vaya igualdad ante la Ley! Martín Larraín está libre, tal como, de hecho, con el subterfugio de la “pena remitida,” lo está el cura O’Reilly, malhechor absolutamente acreditado como pedófilo activo. En el caso Larraín, se trocaron y manipularon evidencias. Nadie ignora, por ejemplo, que por la apabullante cantidad de declaraciones de Carabineros, del propio inculpado y sus dos amigos que lo acompañaban en el coche la noche del cuasi-homicidio, que Larraín, además de conducir borracho no prestó socorro a la persona que atropelló, y se dio a la fuga. Luego, fugado y escondido, pidió a sus acompañantes que mintieran para favorecerlo, lo que éstos hicieron con plena conciencia. En sus declaraciones a Carabineros, Larraín mintió repetidas veces; su familia contrató testigos falsos; la autopsia del occiso fue escandalosamente falsificada, tanto así que al forense que la practicó se lo castigó con arraigo nacional; los tribunales no acogieron la petición de la familia de querellarse en el caso; el tribunal no consideró las pruebas más importantes contra Larraín, etc., etc. La sentencia a Sofía Gaete y Sebastián Edwards, sus acompañantes y encubridores en el caso, se dictará en seis días más. Si pensamos que uno de ellos, el joven Edwards, pertenece a uno de los clanes más poderosos del país, mucho más fuerte que los Larraín, obviamente ya sabemos los que ocurrirá. Si siguen así las cosas, llegará la barbarie, el día en que los chilenos se tomarán la Justicia entre sus manos.

viernes, 5 de diciembre de 2014

MEDALLA AUGUSTO PINOCHET.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 05 / 12 / 2014. Hace un tiempo, el Ejército instituyó la distinción al mérito militar conocida como “Medalla Comandante en Jefe del Ejército Augusto Pinochet Ugarte,” y hace unos días, el propio Ejército decidió eliminar el nombre de Pinochet del galardón. ¿Cuál fue la razón de la decisión? Ya es conocido el tristemente célebre récord de Pinochet en materia de Derechos Humanos, algunos de cuyos episodios han conmovido severamente la conciencia universal; por sólo mencionar algunos, la sistematicidad de Estado en la aplicación de la tortura a los presos políticos, los miles de detenidos desaparecidos, los cadáveres de detenidos políticos incinerados en hornos crematorios (como los que usaron los nazis en Treblinka, Auschwitz o Dachau), etc. Sabemos el estilo de los dictadores militares: son autócratas en su grado máximo y profundamente megalómanos. El ego de Pinochet se encumbró al Olimpo: popularizó la capa que usaba el dictador Francisco Franco de España, el primer y único aliado europeo de Hitler y Mussolini en la II Guerra Mundial; introdujo el uniforme azul que usara don Bernardo O’ Higgins, de quien también usurpó el título de Capitán General, como si hubiese la más mínima posibilidad de comparar al Primer Padre de la Patria con un vulgar sátrapa. Finalmente, como los de su estofa, no le cabe el bello aforismo de Sancho, al abandonar el gobierno de la ínsula Barataria: “Desnudo entré el poder, y desnudo salgo de él.” La ultra-derecha chilena, cada vez más minoritaria, que hizo de Pinochet –incluso hasta ahora- su ídolo, no ha dejado jamás de avalar y fomentar su imagen de insigne prócer, y, claro está, no puede estar contenta con que su dios esté siendo desbancado. En fin, la sola existencia de esa medalla era una vergüenza nacional, por lo tanto es de celebrar que ya no exista. Sin embargo, en estas cosas hay que ser riguroso, porque se trata de dejar en su justo lugar lo que sucedió en nuestro país bajo la dictadura. Lo primero que llama la atención es por qué el Ejército, perfecto conocedor del historial de abusos y atrocidades perpetrado durante la dictadura, fue cómplice en el endiosamiento del tirano y hasta llegó a instituir la medalla, y peor aun, por qué no la eliminó apenas se recuperó la democracia. Esto puede ser porque ahora ha cobrado especial brío la arremetida de las organizaciones nacionales e internacionales en materia de derechos humanos por esclarecer pavorosos crímenes que eran bastante desconocidos, como el asesinato de niños y la violación sexual de presas políticas, algunas de las cuales abortaron en prisión. Justo hoy, cuando una serie de mujeres que fueron vejadas sexualmente por psicópatas que actuaron en nombre del Ejército de O’Higgins están declarando ante la Ley, se elimina de una medalla al honor militar el nombre del primer responsable de esos crímenes. Ojalá no sea un gesto compensatorio lavador de imagen, y nada más. El primer y absoluto gesto de patriotismo y garantía del Ejército por demostrar que pertenece a todos los chilenos, debe ser su compromiso formal de no intervenir en política cuando políticos de un bien determinado bando, golpean las puertas de los cuarteles cuando les está yendo mal.