jueves, 30 de abril de 2015

“WIKILEAKS” IQUIQUEÑO.

PROF. HAROLDO QUIN TEROS. 01 / 05 / 2015. Las filtraciones del “whatsApp” creado por el senador Fulvio Rossi para comunicarse de manera expedita con sus colaboradores locales no revela, en verdad, nada nuevo, excepto su extrema imprudencia al haber creado tal recurso de mensajería con la seguridad que nadie, excepto el senador y sus cercanos podrían acceder a él. Por cierto, en estos tiempos, es realmente una supina ingenuidad creer que exista privacía en materia de comunicaciones. Por esto es que resulta divertido cómo el diputado UDI Enzo Trissotti se solaza con los efectos mediáticos que han tenido esas filtraciones, que ponen al descubierto de manera especialmente cruda ciertas disensiones internas por las que atraviesa la coalición de gobierno en la región. Trissotti olvida, o se hace el olvidadizo, del capítulo más bochornoso de la historia política nacional en materia de riñas políticas personales, aquel que protagonizaron los dos mayores líderes de la derecha chilena, el ex - presidente Piñera y la reciente candidata presidencial de la derecha, la militante UDI Evelyn Matthei, cuando ésta espió los llamados telefónicos de Piñera con el único fin de acabar políticamente con él para siempre. No deja de llamar la atención que Rossi haya bautizado su whatsApp como “PS recargado.” ¿Es esta la manera de referirse a su partido, el Partido Socialista de Chile, una antigua organización política en la cual militó el presidente Allende y milita hoy la actual Presidenta Bachelet? “PS Recargado” sólo puede evocar la película yanqui “Matrix Recargado,” el relato ficción de un mundo secreto, conspirativo e imperceptible desde nuestra dimensión, cuyo fin es el control de las personas. ¿Por qué Rossi no eligió un nombre menos siniestro para su invento, o es que su whatsApp, con toda intención suya, es precisamente eso mismo? En fin, el whatsApp en cuestión es básicamente reflejo de las conocidas reyertas públicas que Rossi ha protagonizado con el diputado comunista Hugo Gutiérrez, que ya conocemos; de modo que, objetivamente, lo único nuevo que nos trajo “PS Recargado” es el hecho que Rossi haya involucrado en sus mensajitos secretos a los dos más altos personeros de la actual administración, empezando por la propia Presidenta. En efecto, Rossi escribió que su contendor Gutiérrez no vale nada en La Moneda. A buen entendedor, pocas palabras: con eso quiere decir que la Presidenta no quiere a Gutiérrez, y, por ende, entre los dos y sus disputas, ella se quedaría con Rossi, y lo que éste le sugiera sancionar en la región. También en el lío aparece el Ministro del Interior Peñailillo, con quien el senador estaría conversando con el fin de exonerar de su cargo al gobernador de El Tamarugal Claudio Vila, de quien todo el grupo “PS Recargado,” sugiere que es un incondicional de “Barba” (Gutiérrez), el archi-enemigo de Rossi. Cierto o no, ya ahora Peñailillo debiera estar dando las explicaciones públicas correspondientes, puesto que Rossi no las ha dado. En torno al incidente, al parecer, Rossi se querellaría por violación de la privacidad, delito, por supuesto, tipificado en la Ley. Una acción de este tipo significaría una investigación dirigida a identificar a quien sustrajo por ahí algún celular, un notebook o un pendrive. Lo más probable es que esto termine en nada, y, lo peor para Rossi, es que además de no afectar ni disminuir ante la opinión pública la veracidad de las expresiones vertidas por él y sus amigos de “PS Recargado,” sólo mantendrá vivo el escándalo. ¡Sancta simplicitas!, como decían los latinos. Esto sólo serviría para agravar la penosa situación de deterioro de imagen en que se encuentra el joven senador, de la cual es, en realidad, imposible que pueda salir.

BARROS, CELIBATO Y PEDERASTIA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 17 / 04/ 2015. Tanta preocupación pública por Penta, Caval y Soquimich, que nos hemos olvidado de otros casos tan importantes como aquellos, como lo es, entre otros, el caso de la asunción de Juan Barros al obispado de Osorno. Así que vamos hoy a este asunto. Pero antes, una reflexión: En junio de 1809, ante la llegada de Napoleón y sus tropas a Roma, el Papa Pío VII se refugió en el palacio del Quirinal. Hasta allí, cuenta la leyenda, llegó el Corso y sostuvo un breve diálogo con el Pontífice. El emperador, reconocido agnóstico anticlerical (lo que le ha valido hasta hoy el mote de “El Anticristo”), espetó al Papa: “Vengo a terminar con la Iglesia y su infame y corrupto poder.” El Papa, impertérrito, le respondió: “Eso es imposible. No hemos acabado nosotros con la Iglesia, ¿y pretende hacerlo usted?” El contenido de la anécdota es simple: a pesar de sus muchas y graves faltas en el curso de su historia, la Iglesia sabe que el pueblo jamás la abandonará. Su continuidad histórica, entonces, no reside tanto en su antigua y reconocida prudencia y astucia política, sino en algo que se ubica mucho más allá de la institución: la Iglesia es el ente ideológico y administrador de la necesidad de los seres humanos de una razón sobrenatural sobre su existencia y destino, y en el caso de lo cristianos, de contar con un Dios Padre protector, y si son católicos, de una Madre Protectora, María, a la que, en los hechos, veneran e invocan más que al propio Dios Padre y su Hijo. Hoy, a la Iglesia no la están avergonzando las barbaridades de la Inquisición o su complicidad con estados corruptos y opresivos, sino los casos de pederastia protagonizados por muchos curas - y hasta de monjas – prácticamente en todos los países en que ella existe. Tales casos de perversión sexual, obviamente, también debieron darse en la Iglesia en el pasado, pero con total impunidad debido al inmenso poder político que tenía, otorgado por la clase dominante que por siglos la declaró legalmente parte constituyente del Estado. Además, todo era más fácil en esos tiempos porque no había libertad para denunciar ni exigir castigo por esos delitos. Hoy no es así. El sacerdocio, si bien es y ha sido ejercido mayoritariamente por hombres fieles a su apostolado, por desgracia también conviene a individuos tendientes a las perversiones sexuales, como los pederastas. Estos sujetos, en la mayoría de los casos, se hacen intencionadamente curas porque nadie sospecharía que un célibe ministro de Dios sea un abusador sexual de niños, y, para beneplácito de aquellos, por desgracia, a los seminarios y escuelas eclesiales concurren miles de púberes confiados a la Iglesia por sus padres. Es una pena que la jerarquía eclesial, haya tendido a ocultar y encubrir por siglos los casos de pederastia. Ese error la tiene hoy expuesta al escrutinio y escarnio público a través de la prensa, los agitadores ateos y anti-eclesiales, el cine, etc., y a vergonzosas formalizaciones judiciales. Si bien el Papa Francisco, un estudioso jesuita, elegido precisamente por ser un hombre moderno, ha tenido brillantes pronunciamientos sobre la secularización de la Iglesia, su reciente anuencia a la designación de Juan Barros como obispo de Osorno ha causado conmoción y desilusión entre muchos católicos. Como sabemos, penden sobre Barros graves acusaciones de encubrimiento y omisión con respecto a las probadas tropelías sexuales del cura Fernando Karadima. El Papa debió tomar en cuenta, por lo menos, el rechazo público de muchos católicos observantes a esa designación, y no ejecutarla, o por lo menos, dejarla pendiente. Esto fue un funesto mensaje para los católicos que quisieran ver a su Iglesia marchando, ya ahora, con los nuevos tiempos. De la obligación del celibato sacerdotal, se desprende inevitablemente, por parte de la Iglesia, un dejo de rechazo al sexo entre hombre y mujer. Esto es algo que favorece al pederasta homosexual (el que más abunda en los casos de pederastia conocidos en la Iglesia), puesto que su preferencia sexual no es la mujer, adulta o niña. Curiosamente, el celibato fue impuesto bajo el pontificado del Papa Paulo III (Concilio de Trento, entre 1545 y 1563), un político corrupto, nepotista, además de clérigo disoluto y padre de muchos hijos naturales. Para justificar esa imposición, Paulo III y sus seguidores recurrieron a una metáfora bíblica relativa a la dedicación al servicio eclesial. Jesús dijo: “… hay eunucos que fueron castrados por los hombres; y eunucos que se castraron a sí mismos por amor del reino de los cielos” (Mateo 19:10). Si se atiende bien al contexto general de la metáfora, ésta no implica la obligatoriedad de “castrarse,” noción que reafirma el Apóstol Pablo, sabedor, como hombre culto que era, de la inevitable líbido que nos acompaña desde el nacimiento, especialmente activa en la masculinidad. En efecto, Pablo no obligó a los primeros presbíteros (los curas de hoy) al celibato; vale decir, sólo lo recomendó porque sabía que no se cumpliría cabalmente, con el subsecuente desprestigio y vergüenza pública para la Iglesia. Sin duda, esta opción la han debido asumir muchos luchadores espirituales y sociales a lo largo de la historia, como el propio Pablo, que se dedicaron por entero a su causa, abandonando todo por ella, incluida la vida matrimonial y sexual. Dijo San Pablo, estando en plenitud a la cabeza de la Iglesia: “… esto lo digo por condescendencia, que no lo mando… me alegrara que fueseis como yo, más cada uno tiene de Dios su propio don… si no tienen don de continencia, cásense pues más vale casarse que abrasarse” (Corintios I, 7: 6-9). Además, su simpatía por el matrimonio de los sacerdotes es evidente. Dice que el presbítero debe ser “sin tacha, casado una sola vez,” es decir, no polígamo, sino marido de una sola mujer (“unius uxoris vir)” (Tito 1: 5-6). Si la Iglesia volviera a San Pablo, se ahorraría los bochornos por los que pasa hoy, como el penoso espectáculo del obispo Juan Barros en la misa de asunción de su cargo. En realidad, sorprende la porfía eclesial ante las evidencias de muchos estudios al respecto, como el del español Pepe Rodríguez, autor de “La Vida Sexual del Clero” (Ed. B., Barcelona, 1995), cuya conclusión es que sólo una infinitésima parte del clero católico cumple o ha cumplido con esa obligación en su vida sacerdotal. En verdad, en el pasado la razón del celibato era económica. Un cura casado significaba la manutención no sólo de él sino de su mujer y sus hijos, que en esos tiempos debían ser “todos los que mande Dios.” Además, como al morir los curas no tenían hijos –reconocidos, por supuesto- todos sus bienes los heredaba la Iglesia. Hoy, la Iglesia acepta el control natural de los nacimientos, y, además, tiene fuentes duras de sustento: la contribución diaria de los fieles, sus bancos, empresas, instituciones educacionales, etc. Finalmente, si católicos casados que trabajan accedieran al sacerdocio, como asimismo las mujeres (ah, para eso sí que falta tiempo), su número sería tal, que no faltaría asistencia espiritual a ningún católico que la requiera. En fin, ¿se pondrá la Iglesia Católica a la altura del tercer milenio y sus nuevos tiempos?

domingo, 5 de abril de 2015

LA QUEMA DE JUDAS EN IQUIQUE

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 04 / 04 / 2015. La “quema de Judas” no es realmente una tradición nuestra,de los iquiqueños, como lo sostienen cada año sus organizadores. No lo es, si atendemos seriamente al significado del término “tradición.” Se llama así a aquello que se manifiesta de manera espontánea y anónima desde la base social, desde un tiempo inmemorial y normalmente en forma de rito. En su origen, este acto no es iquiqueño ni nortino. Un comerciante venido de Valparaíso, Jorge Muñoz Rojas, nos lo trajo por comienzos de la década de los 40 con el único fin de promover su negocio. Era una tienda de cambalaches, “Mi Casa,” ubicada en la esquina noroeste de la calle Juan Martínez, en la intersección con Zegers. Por esos tiempos, mi familia era vecina de ese barrio, y recuerdo muy bien lo que entonces vi allí varias veces siendo niño. Mientras el monigote pendía de cuatro cables sujetos a las esquinas de ese cruce, la esposa e hijas de Muñoz Rojas repartían volantes entre los asistentes al espectáculo: “Compre bueno y barato en Mi Casa… También le compramos lo que a usted no le sirve…,” etc. Mientras esas mujeres hacían lo suyo, un hijo de Muñoz Rojas, con la ayuda de un anciano que era el bodeguero de la tienda, lanzaba desde su techo unos globos de papel de seda con las letras MI CASA. Los globos remontaban el cielo impulsados por una tea encendida en su interior. Se podrá imaginar el pavor de los vecinos, en una época en que virtualmente toda la construcción iquiqueña era de madera y cuando el agua estaba racionada en toda la ciudad. En efecto, los globos a veces se quemaban antes de llegar muy lejos y caían como verdaderas bombas napalm sobre la ciudad. A todo esto, Muñoz repartía “cañas” de vino tinto desde una ventana del negocio que daba a la calle Zegers. El hijo de Muñoz, finalmente, encendía el monigote, y como siempre, había algunos lesionados, sobre todo niños pobres que corrían a recoger las monedas de un peso que caían candentes desde el muñeco en llamas. Al término del acto, mientras la gente abandonaba el lugar, un carretero, de esos de carreta y burro del viejo Iquique, luego de recibir una propina de Muñoz, cargaba su carreta con los borrachos y los iba a tirar no lejos de allí, a las calles Juan Fernández con Latorre, entonces de pura tierra. La quema de Judas desapareció en la segunda mitad de la década de los 50 en Iquique, justo cuando el negocio de Muñoz declinó, hasta desaparecer. Vale decir, se fue Muñoz y se acabó lo que los organizadores de este espectáculo llaman “tradición.” De hecho, ha desaparecido en todo el país, y hoy sólo se da en Iquique. Hasta hoy, no me explico por qué la Iglesia Católica no se ha pronunciado nunca, ni antes ni hoy sobre este acto, a pesar que muchos católicos lo reprueban, y con toda razón. La “quema de Judas” fue un rito que se realizaba en Pascuas desde que el catolicismo se impuso como religión de Estado en la Europa cristiana, sobre todo en países mediterráneos. Era un “auto de fe” masivo y, obviamente, organizado por la propia Iglesia. Hoy en día, su casi completa desaparición en el mundo cristiano responde a la modernización y humanización de las prácticas religiosas cristianas. Por cierto, aunque se trate de Judas Iscariote, el muñeco que se quema representa a un ser humano, lo que, aunque sea en farándula, retrotrae la experiencia histórica de las quemas públicas de personas acusadas de herejía por las jerarquías de la Inquisición, tanto católica como protestante. Esto, por supuesto, era un método de opresión política a través del terror. El sadismo que envolvía el acto era ilimitado. El escritor italiano Giovanni Papini relata en su libro “Espía del Mundo” que mientras se quemaba el monigote, se lanzaban a una hoguera contigua siete animales vivos que representaban los siete pecados capitales: un cerdo, la gula; un gato, la pereza; un asno, la lujuria, etc. Los tiempos, felizmente, cambiaron y terminó esa barbarie. Si bien todavía se envilece a Judas en algunos pueblos de la Europa meridional, tiene allí una connotación jocosa. Al muñeco no se lo quema, sino se lo “mantea,” en clara alusión al rechazo del pueblo por lo que era la quema, un acto de indecible crueldad. Hoy, cuando cada persona tiene la libertad de leer y pensar (lo que no parece caracterizar a los supuestos “tradicionalistas” que organizan este acto en Iquique cada año), la “traición” de Judas está en severo entredicho teológico. De partida, Judas rechazó el pago por su acción y luego, arrepentido, se suicidó, lo que, a la luz de la doctrina cristiana del perdón, lo redime totalmente. Además, según la tradición cristiana y los propios Evangelios, fue el propio Jesús quien lo conminó a que lo entregara, para que se cumpliera “la Ley.” Ojalá un día termine esta bárbara farándula callejera, inhumana e irracional en su fondo, que sólo nos desprestigia como ciudad. Nos sobran otras tradiciones que conservar, más civilizadas, pacíficas, alegres y verdaderamente nuestras.

viernes, 3 de abril de 2015

LA TRAGEDIA DEL NORTE CHICO Y SUS EFECTOS, ¿SÓLO UN FENÓMENO NATURAL?

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 03 / 04 / 2015. El inmenso murallón volcánico que nos separa del mundo, la Cordillera de Los Andes, si bien nos libra de terribles plagas, como las de la langosta y muchas más, también nos expone a espantosos desastres, como los terremotos y el tipo de tormenta que la meteorología denomina “baja segregada,” justo la que acaba de sumir a nuestros compatriotas del Norte Chico en la desgracia. Sin embargo, si bien esto es cierto, el evidente descuido del Estado por la mejor preservación de nuestro medio ambiente agrava sustantivamente estos fenómenos. En efecto, Chile es un buen ejemplo de cómo el ser humano está destruyendo su medio ambiente; por cierto, entre los países en desarrollo es uno de los que lideran su participación el fatídico “calentamiento global.” Por ejemplo, la indiscriminada explotación minera está acabando con el agua que bebemos, la que, además, cada día es menos potable. Tres glaciares en la misma región de los actuales desastres, están siendo destruidos para la extracción de oro, metal que, además de no poder beberse, ni siquiera ya es nuestro. La sobre-explotación industrial, con sus descontroladas emisiones de gases hacia la atmósfera erosionan cada vez más la capa de ozono (el mayor daño en el mundo está precisamente sobre Chile) y han tornado cada vez más ácidas las lluvias en el sur. A la par, las plantas termoeléctricas siguen envenenando nuestro mar y nuestras costas (como las de Chanavayita y Patillos, aledañas a Iquique), y por supuesto, también tierras cultivables. El régimen económico que se nos ha impuesto, tan pragmático como inhumano, exige la ganancia inmediata de unos pocos por sobre toda otra consideración. Este orden, el “capitalismo salvaje” como lo llamó el Papa Juan Pablo II, ya desatado en Chile, sigue impidiendo, aquí, a unos kilómetros de nuestros lares y en todo el norte chileno, que se racionalice la explotación minera, de modo que ésta no acabe con el agua ni contamine más la atmósfera. Tampoco se investiga con seriedad sobre energías renovables, eólica y solar, por ejemplo, que frene el envenenamiento de la población por gas CO2. Es éste el cuadro de descuido ecológico que ha intensificado de tal modo las lluvias en el Norte Chico que sobrevino la baja segregada que lo ha arrasado. En Chile, con cada día que pasa, mientras sigue concentrándose la riqueza en un grupo ínfimo de familias chilenas y de empresas transnacionales, más sufren la flora y fauna de nuestros mares, y nuestras tierras cultivables y forestales. Por cada diez árboles que se cortan, sólo se planta uno, mientras que los incendios forestales siguen acabando con los pulmones naturales del país. Esta situación tiene otro agravante: las leyes que consagran el sistema también consagran la “libertad de precios” y el omnímodo poder del mercado, lo que explica por qué en medio de estas desgracias surgen los especuladores que acaparan agua y productos alimenticios, para poco después subir sus precios, sin que nadie les haga nada, ni tampoco bajen de precio los alimentos en las zonas afectadas. Hoy, como siempre ha sido, el pueblo entero se ha movilizado por socorrer a nuestros compatriotas del Norte Chico. Es así porque en su fuero íntimo, los chilenos sabemos que el Estado, a pesar de ser el de un país expuesto naturalmente a estos estragos, no se ha preparado nunca bien para enfrentarlos en la debida forma. No hay aviones contra-incendios forestales suficientes; tampoco la cantidad de helicópteros-ambulancias ni de transporte que acudan ipso facto en auxilio de los pobladores damnificados, sobre todo los más pobres, que son los más expuestos al furor de los terremotos, inundaciones e incendios. Tampoco hay instalaciones y medios preparados con antelación que aseguren la rápida reconstrucción de las áreas afectadas. Ya es hora que el Estado no sea sustituido por la caridad, y asuma nuestra realidad de país expuesto a las furias de la naturaleza. ¿Medios financieros? Por supuesto, los hay, y los habría aun más si la riqueza se distribuyera más racionalmente.