viernes, 14 de junio de 2013

MENTIRAS Y CAMPAÑAS ELECTORALES

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO EL LONGINO 14/ 06/ 2013. Obviamente, en las elecciones el pueblo debiera elegir sólo a los mejores políticos. El mejor político es el que, además de conocer bien los problemas de la sociedad, es honesto. No miente a sus partidarios ni a sus adversarios; no se aparta de la verdad, le convenga hacerlo o no; no la manipula ni la envuelve en ropajes que la desvirtúan. Admite sus errores y no teme reconocerlos abierta y públicamente. Pues bien, como usted, lector, estará de acuerdo conmigo, ese político, capaz y honesto, es, si no inexistente, extremadamente escaso en nuestra sociedad. Por ese morbo tan nacional de votar “para no perder el voto,” muchas veces los chilenos no eligen a los más capacitados ni a quienes no les mienten, sino a su contrapartida, a los demagogos, personajes que desprecian el saber, que no pocas veces arrastran oscuros líos judiciales, pero que son maestros en contarles el más ensoñador de los cuentos, sin reparar en si ese mundo de fantasía es posible en el corto plazo, como invariablemente prometen. Después, claro está, viene la desazón popular y las consabidas frases “no creo en los políticos,” “todos mienten,” etc., sin advertir que los que están en el poder, están allí porque así lo quisieron los que votaron por ellos. La democracia es el mejor de los sistemas de gobierno. Eso es verdad, pero, ¡vaya cómo se miente y se hace demagogia en democracia! Probablemente se mienta más en democracia que en su contrario, la dictadura, puesto que el dictador, seguro del poder militar que ostenta y controla por entero (no tiene otro mayor poder, desde luego), no necesita la adhesión de mayorías populares para gobernar. Platón (Siglo V. a.C), el más conspicuo y el más dilecto discípulo de Sócrates, hablando en nombre de su maestro, decía que la democracia no es buena porque, sobre todo, da origen al demagogo. Propone en su “República” el gobierno “de los mejores,” o “aristocracia,” término que hoy tiene una connotación muy diferente al de entonces. Aristóteles, el más influyente de los sabios de la historia, fue discípulo de Platón, pero a diferencia de éste, refutó tajantemente a su maestro. Argumentó que la democracia, aun con sus defectos, era el mejor de los sistemas porque el poder es adictivo; es decir, quienes lo tienen, aunque sean “los mejores,” tenderán a no perderlo mientras puedan conservarlo. Lo que reforzaría aun más esa adicción, sería el hecho que ese gobierno de los “mejores” es elegido por ellos, y de entre ellos mismos. Por supuesto, la adicción al poder se da naturalmente en las dictaduras; no obstante, también, aunque en menor medida, es observable en democracia; sobre todo, en pueblos de baja cultura política. Hay que defender y adherir, entonces, a la verdadera democracia. Ello implica el trabajo de ser crítico, estudiar, informarse objetivamente, no enamorarse a muerte de ningún líder ni caudillo, no confiar en nadie de buenas a primeras, y sobre todo, participar personalmente en la vida social, que es siempre política, en sindicatos, universidades, juntas vecinales y todas las agrupaciones sociales en que sea posible. Así será posible desenmascarar al demagogo, y espetarle “¿por qué tengo que creer en ti, si nos has mentido, y si no has hecho lo que nos has prometido?” Por supuesto, tampoco se puede creer así no más en el político “aparecido,” el casto y puro, que probablemente no ha mentido nunca porque es nuevo en el menester político. En fin, la democracia es difícil porque ella, si es verdadera, exige pensar bien, y por cuenta propia. En democracia, aunque sea imperfecta, votar es el mayor de los actos políticos. Para las elecciones que vienen, seamos muy reflexivos y sobre la base de ciertas consideraciones mínimas. Empecemos con la más descomunal de todas las mentiras, la vigente Constitución Política. Ella no es legítima, y debe anularse, porque no fue producto de una consulta seria a la ciudadanía; por lo tanto, sólo sus autores, las cúpulas políticas de la derecha, pueden estar contentos con ella. Sin embargo, ¿por qué creer que la Concertación, la supuesta acérrima enemiga de la derecha, que prometió cambiarla, va a querer hacerlo si fue refrendada y signada por el gobierno de Lagos? ¿Por qué creer en la actual administración, si, entre muchos cuentos, nos dijo que a los delincuentes “se les acabaría la fiesta,” y vemos con horror que los delincuentes ahora están en la más orgiástica de las bacanales? ¿Por qué creer en el supuesto espíritu anti-neoliberal y de nación de la Concertación, si con ella el cobre dejó prácticamente de ser chileno, se entregó Pascua Lama, el agua, el mar, etc., etc., a empresas gringas y a las pocas familias chilenas que gozan del 80% del ingreso nacional? ¿Todos los jubilados de Chile fueron liberados del 7% de pago por su seguro de salud, como así se nos prometió en 2009?, etc., etc. La confianza ciudadana en la clase política profesional se ha perdido a niveles alarmantes. Por ello es que pocos chilenos votarán en las elecciones próximas; seguramente menos que nunca. Sin embargo, quienes lo hagan, ojalá no se guíen por cuentos o spots publicitarios de campaña electoral, y elijan reflexivamente a los candidatos verdaderamente más capaces y honestos.

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