martes, 13 de agosto de 2013

LOS CHILENOS, CAMPEONES DEL AGUANTE.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO “EL LONGINO.” 26 /07/ 2013. … O de la resiliencia, como se diría en términos académicos. De partida, en 1980 la dictadura cívico-militar que aherrojó a Chile durante 17 años, impuso al país la fraudulenta constitución que aún nos rige. Y el pueblo todavía la soporta. En 2002, Ricardo Lagos estampó su firma en ella, refrendándola. Fue un golpe brutal para la mayoría que lo eligió para que, precisamente, hiciera lo contrario, es decir, para que acabara con ella, tal como él y la Concertación, explícitamente, lo habían venido prometiendo desde antes del triunfo del NO. El pueblo chileno, aguantador como él solo, se tragó esa amarga copa. Es esa constitución lo que consagra la existente concentración del poder económico en unos pocos, y con ello, las injusticias sociales y la desigualdad. Ejemplos sobran, y sólo me referiré a uno, las AFP. La tarea obligatoria de toda sociedad de garantizar a la ancianidad una vida digna a través del otorgamiento de buenas pensiones, está, por ley, exclusivamente en manos de las AFP, empresas privadas que, obviamente, funcionan como tales. Es decir, ellas no se crearon para que los que trabajaron toda su vida por engrandecer la Patria vivan sus últimos años decentemente. No, de ninguna manera. Las AFP fue sólo un nicho de negocios para que el puñado de capitalistas dueños del país se enriqueciera aun más. En todo el mundo, el sistema de pensiones es, o bien estatal, o mixto. No es así en Chile. Aquí, con el ahorro que los trabajadores acumularon durante toda su vida laboral, los dueños de las AFP pueden especular y lucrar a destajo, porque, además, son también los dueños de la mayoría de las empresas restantes del país y, como eso fuera poco, de los bancos. A tal punto llega el cinismo del sistema, que el dinero acumulado en las AFP, cuyo origen no es otro que el trabajo de los chilenos, se invierte fuera del país. Hace poco, el Ministro Larraín, hablando por el conjunto del gobierno, dijo que Chile “está creciendo más que ningún otro país latinoamericano, con un ingreso per cápita de US$ 21.000.” Aquí las cosas ya pasaron del cinismo a un show de circo barato. Así que, señor Ministro, los trabajadores chilenos y los jubilados ¡están ganando $885.888 mensuales! La verdad objetiva es sólo ésta, y ninguna otra: mientras los pocos grupos económicos y familias que controlan la economía nacional continúan concentrando en su favor la parte del león del ingreso, los sueldos del 90% de los trabajadores no sobrepasan los $300.000 mensuales. Ni hablar de la miseria que reciben mes a mes la mayoría de los pensionados, las viudas y los cesantes. Eso explica por qué las grandes masas de trabajadores y sus familias viven sobre-endeudadas, con un promedio de deudas de cuatro veces más que sus salarios. Y seguimos aguantando… En todo el mundo, una justa política tributaria es el único expediente que se conoce para corregir las desigualdades sociales y para asegurar, con un Estado fuerte y rico, el progreso armónico de toda la sociedad. Pues bien, nuestro país ocupa el último lugar en el club OECD en cuanto a carga tributaria, la misma que había en dictadura. La desigualdad, por cierto, no sólo tiene expresión en la pobreza material, sino, quizás aun más, en la miseria espiritual, que, como nada, es producto de una mala educación. Además de no existir un solo país en el mundo con cierto desarrollo en que haya más desigualdad en los ingresos que el nuestro, tampoco hay uno solo que tenga una educación más clasista y brutalmente desigual en calidad que la nuestra. Toda la educación superior, estatal o privada, es pagada, y, además, es sumamente cara. “¡Créditos estudiantiles para todos, todos!” es la única propaganda educacional de los gobiernos de turno. ¿Créditos, para qué? Pues, para que los bancos lucren. Así, una inmensa mayoría de egresados de las universidades, verán por décadas sus sueldos reducidos, y a veces dramáticamente, por el pago de los créditos, con intereses, que obligadamente debieron contraer para poder estudiar. ¿Serán médicos, abogados o pedagogos solidarios y generosos, si se les vendió la profesión que tienen? Las manifestaciones populares de los estudiantes, las del pueblo en Freirina, Aysén, Calama, y muchas más, sugieren que a los resilientes chilenos se les está empezando a acabar su capacidad de aguante. Todos reclaman un paradigma económico distinto al actual. Ese cambio ya es una cuestión de supervivencia y de tranquilidad para el futuro, puesto que, como lo demuestra la experiencia histórica, es imposible sujetar una caldera social que está a punto de estallar. En suma, el nivel de capacidad más alto de resiliencia termina por agotarse.

miércoles, 7 de agosto de 2013

LAS CARTAS DE COBIN.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO “EL LONGINO,” 09/ 08/ 2013. Las cartas a “El Longino” del señor John Cobin (probablemente vayan también a otros medios de comunicación), académico de una universidad privada chilena, no dejan de sorprender. En la penúltima de ellas, afirmaba que gravar proporcionalmente a las grandes empresas es "robarles." Lo serio del asunto es que Cobin se refería a Chile, país que ocupa los últimos niveles en carga tributaria en el club de la OECD, con sólo 20 %, versus el 32 % del promedio de los países que lo integran (datos oficiales OECD). Además, la evasión tributaria en Chile con respecto al IVA es de un 11%; baja, por cierto, sólo si hablamos de los sectores populares. Si se analiza la evasión en el impuesto a la renta pagado por el 19 % del sector de ingresos más altos del país (vale decir, el gran empresariado, los benditos “inversionistas” de los cuales Cobin, acérrimo neo-liberal, es gladiador) se descubre que en nuestro país la evasión tributaria llega aproximadamente al 48%. Con toda razón, entonces, el diputado Carlos Vilches (RN), derechista por convicción y doctrina, afirmaba hace poco que “el marco tributario existente (en Chile) es muy permisivo, lo que ha incentivado la creación de una verdadera ingeniería de la evasión.” Y ni hablar del impuesto específico a la minería, más conocido como los royalties mineros. Son, como todo el mundo lo sabe, de los más bajos del mundo, pues apenas fluctúan entre 0,5 y 5%, en comparación con los promedios mundiales que por muy lejos superan esos guarismos. En su última carta, Cobin nos trajo una sorpresa aun mayor. Afirma que debiera estimularse la llegada a Chile de “inmigrantes neo-liberales" ricos, provenientes de países del hemisferio norte, como Alemania. A ellos, prosigue Cobin, hay que darles todas las ventajas posibles para que inviertan en Chile. Hasta ahí, opinión suya, a la que tiene todo el derecho del mundo. Sin embargo, luego señala que la recepción de alemanes en Chile, sería similar a aquella de que fue objeto "la inmigración alemana liberal a Valdivia de 1855." Aquellos inmigrantes (“liberales”, como afirma Cobin), agrega, "huyeron de los marxistas (de Alemania) en el siglo XIX." Hasta aquí, sólo es posible colegir que Cobin falta deliberadamente a la verdad, porque es imposible, como académico, que no sepa que la "Ley de Inmigración Selectiva" dictada por la administración Bulnes, y concretada por Vicente Pérez Rosales, no tuvo ningún fin de inversión extranjera en nuestro país. En virtud de aquella ley, llegaron a establecerse en Chile, en un lapso de aproximadamente una década, unos 6000 profesionales y artesanos alemanes con sus familias (el conjunto inmigratorio llegó a sumar un total de unas 30.000 personas). Provenían de Alemania y del Imperio Austro-húngaro, y fueron acogidos en Chile sólo con dos fines: primero, colonizar las deshabitadas regiones del sur, para así acelerar el desarrollo del país; y, segundo, evitar cualquier intento extranjero de ser ocupadas, en cumplimiento del objetivo geo-político de más importancia para Chile en esos años. Los inmigrantes no eran, entonces, adinerados alemanes “liberales”; menos aun inversionistas “liberales,” sino, simplemente, ciudadanos de Alemania que emigraron a Chile en calidad de refugiados políticos, huyendo del dominio prusiano luego de la cruenta revolución de 1848-1849. Años después, muchos volvieron a su patria, pero los más se quedaron en Chile, como ocurre normalmente con los movimientos migratorios masivos. Esto se refleja muy bien en las palabras de Karl Anwandter, uno de los líderes de los inmigrantes, quien declaró en 1851: “Seremos chilenos honrados y laboriosos como el que más lo fuere, defenderemos a nuestro país adoptivo uniéndonos a las filas de nuestros nuevos compatriotas con la decisión y firmeza del hombre que defiende a su patria.” Bulnes cumplió su objetivo. En 2011, la Cámara Chileno-Alemana de Comercio (Deutsch-Chilenische Industrie und Handelskammer), estimó que en Chile hay medio millón de chilenos descendientes de aquellos inmigrantes (3,1% de la población chilena). En suma, la afirmación de Cobin que la inmigración alemana del siglo XIX tuviese fines económicos o ideológicos liberales es absolutamente falsa. También es falsa, además de ridícula, su aseveración que llegaron a Chile huyendo de los "marxistas," porque los socialistas que entonces adscribían a los planteamientos de Karl Marx no tenían ningún tipo de poder en Alemania ni en ningún país de Europa ni del mundo. Mr Cobin, en los mismos años que se producía la inmigración alemana en Chile, los seguidores de la novel teoría Socialismo Científico de Marx prácticamente no existían, puesto que sólo comenzaron a organizarse en 1848.