viernes, 28 de agosto de 2015

CHILE O EL EXPERIMENTO NEOLIBERAL.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 28/08/ 2015. En 1973, Chile fue objeto de un experimento, nunca más re-editado en el mundo hasta hoy. Era la implantación en un país en desarrollo del “neo-liberalismo,” variante del capitalismo (también llamado “liberalismo”), propuesta al mundo de hoy por un economista estadounidense, Milton Friedman, fundador de la "Escuela de Chicago," otro nombre para su teoría. Su aplicación conlleva un imprescindible expediente político, el “shock” económico (ampliamente analizado por Naomi Klein, en su “The Shock Doctrine,” Metropolitan Books, N.Y. 2007), la brusca transformación de un Estado de economía mixta en uno “subsidiario,” aquél que delega al máximo prácticamente todos los aspectos de la actividad nacional a capitalistas privados, incluidas la Educación, la Salud y las pensiones. Era imposible que el experimento se llevara a cabo en un país democrático, donde hay elecciones periódicas que permiten al pueblo elegir a sus gobernantes, y luego de cierto tiempo cambiarlos si lo estima necesario. Además, el experimento necesitaba tiempo para probar su eficacia. Ergo, su aplicación sólo podía ser posible bajo una dictadura pro-capitalista; o sea, una dictadura de derecha y Chile, entonces, era el más exacto e ideal conejillo de Indias. Antes de 1973, los economistas de la derecha nacional, todos "Chicago boys," ya habían establecido contactos con Milton Friedman, y pocos meses después del golpe, su maestro vino a Chile invitado por la dictadura. En verdad, vino a revisar el trabajo realizado por sus discípulos en los Ministerios de Economía y Hacienda. Si este acto hubiese sido hecho con alguna discreción, la visita de Friedman no hubiese sido tan humillante y degradante para un país. Friedman puso como condición de su visita a Chile que la reunión con sus acólitos chilenos (literalmente, todo el aparato económico de la dictadura), se televisara a todo el país y al mundo. Esto se hizo tal como lo pidió Friedman. Además, su viaje a Chile tenía el auspicio oficial del gobierno de Estados Unidos, a cuya cabeza estaba Richard Nixon, quien incontables veces reconoció la participación directa de su gobierno en el derrocamiento del Presidente constitucional de Chile Salvador Allende. Hasta hoy, los neo-liberales chilenos citan las más felices cifras macroeconómicas para defender el experimento, sin reparar en las más importantes, aquellas que reflejan, para empezar, nuestras dramáticas desigualdades sociales. Así como lo hizo Naomi Klein, el experto inglés en Historia Económica, Robert Hunziker (UK Progressive, agosto, 2014) también se ha referido al experimento neo-liberal. Dice Hunziker: ”Chile tiene una 'economía de plantaciones,' similar a la que tuvo el sur de Estados Unidos durante el siglo XIX. Durante su cenit, había en Estados Unidos 4 a 5 millones de esclavos que eran propiedad del 3.8% de los ciudadanos. Los propietarios de los esclavos los compraban, les daban un techo y los alimentaban. Hoy en Chile el término 'esclavo' se cambió por el término 'trabajador', donde en vez de darles alojamiento y alimentación, se les entrega un estipendio de 300 mil pesos mensuales, lo que crea un mercado de esclavos incluso más grande que el de Estados Unidos en 1850. La riqueza en Chile está tan concentrada en favor de unos pocos que se asemeja a la torre inclinada de Pisa, presta a caer en cualquier momento. Los conglomerados y/o las familias extremadamente ricas lo controlan todo, desde las farmacias hasta los hoteles, pasando por los derechos de pesca, las tiendas de retail, las mineras y los supermercados. Chile es el país de la OCDE con la mayor brecha entre ricos y pobres, así como el 4º país más pobre de sus 34 miembros. Los neo-liberales destacan el rápido crecimiento del ingreso per cápita, que alcanza los 8.5 millones de pesos. Sin embargo, si retiramos entre el 1% y 10% más rico del país, el ingreso es de 2.4 millones; es decir los 240 mil pesos mensuales de salario mínimo. 21% de los chilenos viven en la pobreza, sólo 22% tienen un trabajo bien remunerado. El 78% de la población tiene trabajos mal remunerados, que es donde la esclavitud comienza y termina.” Hasta aquí, Hunziker. Y eso, que este analista no menciona aquellos años del PEM y el POJH ("planes de empleo mínimo" diseñados por los Chicago Boys e impuestos al país por la dictadura). La Organización Internacional del Trabajo calificó tales atrocidades simplemente, como "trabajo de esclavos." En suma, mientras un puñado de familias se sigue haciendo rica, la mayor parte del país tiene un perfil económico entre modesto y deprimido, y una cuarta parte es decididamente pobre ¡Vaya experimento “exitoso”!

jueves, 20 de agosto de 2015

BALMACEDA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 21 / 08 / 2015. Ayer recordábamos el nacimiento del Libertador y Padre de la Patria don Bernardo O’Higgins, de quien la historiografía oficial poco dice de su ideario latinoamericanista y su lucha por la unidad e independencia económica de nuestros pueblos frente a los nacientes imperios extranjeros del siglo XIX. Por cierto, O’Higgins, depuesto y expulsado del país por la oligarquía criolla en 1823, jamás hubiese permitido la entrega de nuestras riquezas al capital extranjero, como sucedería después, primero con el salitre y luego con el cobre; menos aun hubiese entregado la economía agraria e industrial a un puñado de capitalistas nacionales. A esa patriótica línea fue fiel el Presidente José Manuel Balmaceda durante su mandato constitucional (1896-1891) y sufrió peor suerte que O’Higgins. Un día como hoy, 21 de agosto del año 1891, tuvo inicio la insurrección en su contra con la batalla de Concón, que terminaría con la de Placilla, una semana después. El levantamiento armado contra el Presidente había sido organizado por el Congreso, compuesto mayoritariamente por representantes de la oligarquía nacional en estrecha alianza con el imperialismo inglés, de acuerdo a un plan cuyo fin era la propiedad y explotación de la gran riqueza internacional de esos tiempos, el salitre, que Balmaceda en su campaña presidencial había prometido al país hacer un bien del Estado. Ante la conjura, el Ejército de Chile fue leal al Presidente, como así lo ordenaba la Ley, y fue derrotado por la Marina, apoyada por un ejército mercenario comandado por unos pocos oficiales desertores y, sobre todo, militares profesionales alemanes contratados en Berlín. En tres años de Guerra del Pacífico las bajas chilenas fueron de unos 5.000 soldados. Esa suma se elevó al doble en la semana que duró la insurrección contra el gobierno legítimamente constituido, un desastre si se piensa que el país tenía entonces no más de 2 millones de habitantes. De los 10.000 soldados y oficiales muertos, por lo menos tres cuartas partes eran del Ejército constitucionalista. Balmaceda, asilado en la Legación Argentina, se suicidó un mes después de la derrota de Placilla, queriendo aplacar con su sangre el odio y sed de venganza que desataron los triunfantes golpistas. No lo consiguió. Fueron fusilados la mayor parte de los oficiales sobrevivientes del Ejército, civiles constitucionalistas fueron recluidos, torturados y asesinados en las cárceles públicas; las casas de las personalidades presidencialistas fueron destruidas, incendiadas, expropiadas u objeto de pillaje; se expulsaron de la administración pública a los balmacedistas y la Universidad de Chile fue intervenida y exonerados de ella los académicos y estudiantes sospechosos de simpatía con el mandatario depuesto. Las misiones diplomáticas asilaron a los pocos personeros del gobierno que consiguieron llegar a ellas, entre ellos, el Ministro de Cultura de Balmaceda, el poeta Eusebio Lillo, autor de la letra de nuestro himno patrio. En la asonada golpista, la experticia militar la pusieron alemanes bien pagados, encabezados por el coronel prusiano Emil Körner, y su financiamiento fue compartido entre financistas ingleses, cuyo cabecilla John North, se hacía llamar “El Rey del Salitre,” y la oligarquía chilena. El proyecto de Balmaceda era éste: riqueza minera nacionalizada, fomento industrial propio, banca estatizada, obras sociales, y educación moderna y universal. La conjura que lo derribó sólo demuestra, una vez más, que los imperios y la clase dominante criolla nunca dejan de actuar contra el poder civil cuando éste afecta sus intereses.

jueves, 13 de agosto de 2015

CONTRERAS

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 14 / 08 / 2015. Manuel Contreras fue el jefe máximo de la DINA, el organismo represor de la dictadura, del cual, dentro y fuera del país, ya se conocen de manera indiscutida sus horribles crímenes. Hoy muerto, conspicuos voceros de Nueva Mayoría (NM) lo tildan como “el asesino mayor de la historia de Chile,” y la derecha se apresura a calificarlo más o menos igual, haciendo, además, teatrales declaraciones sobre su rechazo, por principio, a las violaciones de los Derechos Humanos (DD HH ). Nadie que tenga una pizca de espíritu crítico podría digerir así no más estos cuentos. De partida, es imposible creer que la derecha gobernante en dictadura no sabía lo que ocurría en materia de violaciones a los DD HH. ¿Por qué, si los defiende tanto, no abrió entonces la boca? En cuanto a los dichos de ciertos corifeos de NM, éstos hablan del finado como si sus crímenes se redujeran a un personal problema de maldad suya y nada más. Falso, porque Contreras no surgió de la nada. Es un producto de quien lo creó: la cultura militar chilena, pro-conservadora hasta los tuétanos, surgida tras la derrota del Ejército organizado por don Bernardo O’Higgins en Lircay, en 1830, por uno contra-revolucionario, organizado y apertrechado por la aristocracia criolla, que así reconquistaba su dominio sobre la economía nacional. Lircay truncó el anhelo patriota de alzar en Chile una república moderna, justa e igualitaria, y, a su vez, dio comienzo a la República Conservadora, la que se ha prolongado hasta hoy. La inicial fisonomía popular y nacional del Ejército chileno cambió. Se hicieron carne en él dos ideologías: Primero, la de la obediencia absoluta a los superiores, sin derecho a evaluar, bajo juramento, si esos superiores son leales a su único superior, el poder civil encarnado por el Presidente de la República. Segundo, la del “enemigo interno;” es decir, la de aplastar manu militari a los chilenos que no aceptan el orden político y económico existente, cuestión que los iquiqueños sabemos mejor que nadie, sólo para empezar, con la matanza de la escuela Santa María. Sin embargo, con los años, surgieron líderes civiles cuyo ideario era defender el patrimonio nacional y alcanzar la independencia económica, como Balmaceda y Allende. Como sabemos, fueron ambos asesinados y masacrados sus partidarios. Contreras, entonces, es, simplemente, un patético sub-producto de esa cultura militar. Como tal, tuvo en 1973 su ansiada oportunidad de descargar sus odios de infancia y juventud contra alguien, quien fuera; en su caso, contra “el enemigo interno.” Estaban todas las condiciones para ello: No había Estado de Derecho ni prensa libre; el Poder Judicial era cómplice de la dictadura, la gobernante derecha política se hacía la desentendida mientras se sucedían las atrocidades de la DINA, y, además, en el país reinaba el miedo. Lo único que sabía Contreras era que cada día debía levantarse temprano e ir a desayunar con su jefe, el Dictador, para recibir de él instrucciones. En suma, aun siendo un asesino de marca mayor, centrar la responsabilidad de los crímenes de la dictadura sólo en él, un ser alienado, resentido e ignorante, es una vulgar falacia cuyo fin es que olvidemos que la Concertación y la derecha, en pleno acuerdo, salvaron de la Justicia Internacional al sicario mayor, Pinochet, quien le daba a Contreras las órdenes de matar. Es hora que el gobierno exija a los militares limpiar su honor levantando los nefastos “pactos de silencio” (delito manifiesto de obstrucción a la Justicia) en materia de DD HH, que se repare dignamente a las víctimas de la dictadura, y lo más importante, que se refunde en Chile una educación y cultura militar acordes con una verdadera democracia; es decir, un Ejército educado en el respeto a los DD HH, políticamente neutral y, por ello, de todos y cada uno de los chilenos.

jueves, 6 de agosto de 2015

¿ERA NECESARIO EL HOLOCAUSTO ATÓMICO?

HAROLDO QUINTEROS. 06 / 08 / 2015. La Humanidad entera recuerda hoy 6 de agosto el holocausto atómico de Hiroshima, que siempre se recordará como la atrocidad más espantosa cometida por el hombre. Este acto, fue tan inútil como evitable, como lo prueban los hechos históricos. Cuando terminaba la II Guerra Mundial, en agosto de 1945, cientos de ciudades ya habían sido arrasadas en Europa y Asia, y 40 millones de seres humanos habían perdido la vida. La destrucción de Hiroshima y Nagasaki vino a hacer más brutal esa tragedia. Era el uso de una fuerza monstruosa, la más destructiva concebida por el hombre con el fin de matar a sus semejantes. No al desalojo del Pueblo MAPUCHE en ARGENTINA verdad, no hay explicación racional posible para este horrendo crimen, excepto la ambición y la inescrupulosidad política. Veamos: El equipo de científicos que fabricó la bomba atómica estaba casi enteramente compuesto por judíos, y como dijo expresamente su jefe, Julius Robert Oppenheimer, su fin único era lanzarla sobre Alemania sobre un lugar inhabitado, de modo de disuadir a los nazis de continuar con el exterminio total de los judíos. Vencidos los alemanes por los ejércitos de la ex-Unión Soviética, la URSS, (hoy, Rusia) en mayo de 1945, y salvados los judíos que sobrevivieron, el objetivo inicial de la bomba era nulo. En todo caso, la bomba aún no terminaba de construirse, lo que ocurrió a fines de julio de 1945. ¿Por qué, entonces, EE UU, cuando la tuvo, la lanzó sobre dos inmensas ciudades de Japón? El Presidente Harry Truman adujo que se lanzaron para “evitar la pérdida de más vidas estadounidenses” (sólo de soldados, obviamente). Nada más falso. En la inhumana irracionalidad de toda guerra, los cálculos de bajas militares ya estaban hechos, y en julio de 1945, Japón ya había sido derrotado por los norteamericanos. Ya no tenía marina ni aviación, y resistía sólo en Manchuria (al norte de China), tratando todavía de conseguir una rendición pactada, no total, tanto ante rusos como norteamericanos. Si bien el mayor esfuerzo de guerra contra Japón lo realizó EEUU, su aliada, la Unión Soviética, lo hizo contra Alemania. "El trato entre caballeros," recabado en Yalta (febrero de 1943) fue repartirse Alemania y Japón, luego que se los derrotara, como efectivamente ocurrió. La victoria rusa sobre Alemania se había producido el 2 de mayo de 1945, tres meses antes del bombardeo atómico de Hiroshima. La división de Japón entre EEUU y Rusia, tenía que producirse sólo si los rusos, de acuerdo al artículo Nº 8 del tratado de Yalta, después de vencer a los alemanes, acudieran al Este en apoyo de EEUU contra los nipones. Los rusos cumplieron rigurosamente su mparte en el compromiso. Derrotaron a Alemania, y luego invadieron Manchuria, acabando con la última resistencia japonesa, al iniciarse agosto de 1945. Obviamente, fueron quienes iniciaron las primeras negociaciones formales para la rendición de Japón, esperando sólo reunirse en Manchuria con los norteamericanos, para liquidar el asunto. Sin embargo, el general norteamericano Douglas Mac Arthur, jefe supremo de las fuerzas de EEUU en Asia, no llegó a Manchuria. Había ocurrido que ya desde hacía mucho tiempo, EEUU había decidido no cumplir con el Tratado de Yalta con respecto a Japón, y el 6 de agosto, lanzó sobre Hiroshima una bomba atómica, con el fin de obtener de los nipones su rendición unilateral, sólo ante ellos. Esto, repito, aunque los rusos habían cumplido con el Tratado de Yalta en sus dos partes fundamentales: la partición de Alemania y la invasión de Manchuria contra los japoneses. La URSS llegó, incluso, a ocupar Japón por el norte (hasta hoy Rusia ocupa territorios insulares que eran japoneses). Después del bombardeo atómico de Hiroshima, ocurrió, sin embargo, un hecho que EE UU no esperaba: Japón no se le rindió inmediatamente, en espera del cumplimiento del Tratado de Yalta; es decir, con el fin de conseguir una rendición lo más honorable posible, que contendría, por ejemplo, la devolución de las Islas Kuriles, ocupadas por los rusos. Trágica fue esa vacilación. Después de Hiroshima, EE UU, lanzó una segunda bomba atómica; esta vez sobre Nagasaki, otra gran ciudad, y Japón, obviamente, se rindió ante los norteamericanos. Rusia, desde luego, no podía hacer nada. EE UU, el "matón del barrio," era el único posesor del arma nuclear, y, por cierto, podía imponer su voluntad. Por años, Oppenheimer protestó públicamente por el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, y, acusado de “comunista,” poco después de terminada la guerra, fue la víctima más ilustre de las persecuciones del “macartyismo.” EEUU había conquistado un suculento botín, el único país desarrollado de Asia, y la mejor base imaginable para expandir su poderío económico al oriente del mundo. Esa es la verdad histórica, y, además, la razón del holocausto atómico