viernes, 20 de diciembre de 2013

BACHELET, PRESIDENTA

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 20 / 12 / 2013. Michelle Bachelet ganó las elecciones presidenciales, y, por cierto, su contundente victoria es el indicador indiscutible que el país, en el nivel de la conciencia social, ha venido cambiando dramáticamente en los últimos años. Por supuesto, llama la atención que en el balotaje participó sólo el 40% de los chilenos que tenían derecho a voto, aunque tal circunstancia ya venía produciéndose in crescendo en todas las elecciones desde el advenimiento de la democracia, y, tómese nota, cuando el voto era obligatorio. La gran masa de chilenos que no votó refleja la falta de credibilidad popular al conjunto del sistema político vigente y sus dirigentes, como asimismo el escaso grado de cultura cívica y política de una gran parte de la población, que, simplemente no se interesa para nada en la cosa pública. Mayoritariamente, esa opción no es una postura ideológica, ni programada en ningún sentido, porque, evidentemente, si esa masa hubiese sido obligada a votar, como era en el pasado, bien podría haber optado por la derecha, por Nueva Mayoría (NM) o por las candidaturas menores que corrieron en primera vuelta. Nadie, en efecto, es dueño de los votos del abstencionismo, la única bandera que en estos momentos exhiben muchos voceros de la derecha para atenuar el fuerte impacto que ha tenido su derrota electoral en el seno de la sociedad chilena. Pensemos, por lo tanto, en el electorado que fue a votar, porque se trata de chilenos que están involucrados realmente en el desarrollo político del país. Pues bien, la más contundente mayoría de ese electorado apoyó la opción Bachelet. Se trata de una gran masa ciudadanía que está plenamente consciente que el país necesita la toma de urgentes medidas destinadas a la producción de cambios institucionales de fondo en el país. Incluso, muchas de esas medidas no están contempladas en el programa que Bachelet ofreció al país durante su campaña electoral. Además, gran parte de esa masa, consciente de sus problemas y sus causas, está organizada en sindicatos y en los movimientos sociales que espontáneamente surgieron en el país a partir del día en que los estudiantes secundarios (esos “pergenios malcriados” como los calificó el ultra-conservador Pérez de Arce), demostraron que la vía institucional para corregir la desastrosa situación de desigualdad social existente es insuficiente. Son millones de chilenos que desde hace mucho tiempo ya no comulgan con la rueda de carreta del “país exitoso” que somos, que cada día estamos mejor, que ya no quedan sino unos pocos años para ser el primer país desarrollado del sub-continente americano, y otras fantasías. Lo interesante del fenómeno de los movimientos sociales por cambios en Chile, es que irrumpieron durante la primera administración de Michelle Bachelet; es decir, contra su gobierno. Ergo, de su reciente victoria electoral no se puede inferir necesariamente una espectacular confianza ciudadana en ella o en los partidos de NM. Por lo tanto, el resultado de las elecciones sólo ha puesto en evidencia, sobre cualquiera otra consideración, el rechazo popular al orden vigente heredado de la dictadura cívico-militar de derecha que imperó en el país; orden que los partidos de la Concertación no hicieron más que administrar durante 20 años. De modo que la ciudadanía se ha pronunciado de manera categórica, no tanto en favor de Bachelet, sino contra la autora del orden imperante, la derecha política. Esto no es, en verdad, mérito de NM, ni de la Concertación, ni de la izquierda más ideológica, sino consecuencia del agotamiento del orden neoliberal vigente, que ya entró definitivamente en contradicción con los intereses de las grandes mayorías del país. La mayoría de los chilenos ya no duda que el país es profundamente desigual en el ingreso, que las AFP y las Isapres no son sino el más espectacular nicho de negocios para las grandes empresas y bancos privados, que la educación es clasista y mala, y que la Constitución del 80 es espuria. En fin, esperemos que la Presidenta responda a la sed de justicia social de esas amplias mayorías, y que la reacción de la derecha, ante la realización de cambios, por profundos que sean, no la lleve a la peor de las violencias, como así ocurrió hace 40 años.

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