martes, 8 de marzo de 2016

DÍA DE LA MUJER.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 08/ 03/ 2016. Hoy es 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. En este día, en la prensa oral, visual y escrita abundan los panegíricos y loas a las mujeres, hasta el punto de definirlas, algunos de mis congéneres hombres, sean éstos periodistas, opinólogos y, obviamente, políticos profesionales, como seres cuasi divinos, y, desde luego, superiores a los varones. La verdad es que las mujeres no necesitan tantos piropos en este día ni en ningún otro, sino, simplemente, que en los 364 restantes del año, todos los hombres del mundo, incluidos los curas y predicadores antiguo-testamentarios fanáticos y misóginos, y, sobre todo, los hombres que han accedido al poder político, simplemente las consideren personas. Así de simple, PERSONAS. Vale decir, que tengan exactamente los mismos derechos y las mismas posibilidades de desarrollo personal de los hombres, cuestión que por siglos y siglos no ha variado sustancialmente. Como sabemos, y como lo han declarado incontables informes de organismos internacionales como la ONU, UNESCO y otros, en muchos países, incluido el nuestro, las mujeres no son respetadas a nivel social general, cuestión que indiscutiblemente es parte inherente a la cultura de la sociedad de consumo, en la que, incluso, muchas veces participan ellas mismas. Ello tiene su expresión en haber sido transformadas, desde hace mucho tiempo, en objeto de mercado sexual y de farándula (como diría Pamela Jiles, como “muñecas inflables”), y en la vida habitual, siguen siendo consideradas como un ser inferior, como “un hombre incompleto,” como decía San Agustín en el siglo V. Hoy, cuando tantas genuflexiones se hacen ante la figura de la mujer, ellas siguen teniendo en Chile y el mundo, sobre todo en la clase obrera, salarios inferiores a los de los hombres, aunque realicen la misma labor; el trabajo de la mujer en el hogar no es considerado como tal, las mujeres siguen siendo objeto de acoso sexual en el trabajo y de abuso verbal y físico en muchos hogares, sin que los acosadores ni los abusadores sean realmente sancionados; siguen marcando segunda prioridad cuando se trata de acceder a un puesto de trabajo, especialmente en las universidades y centros científicos de investigación; tampoco acceden con la debida facilidad a los cargos políticos y de poder, etc., etc. Personalmente, lo que más me impresiona es la ignorancia existente sobre el origen del Día de la Mujer. En general, algunos saben que un 8 de marzo, de algún año, hubo en algún lugar del mundo una especie de protesta en que murieron mujeres, y nada más. Para quienes no conocen bien en lo ocurrido, les cuento: En un día como hoy, en 1908, en Nueva York, Estados Unidos, las obreras de una fábrica textil protagonizaron una jornada de protesta, que tuvo un horrendo fin. Era una fábrica de vestuario, y ellas eran costureras, lavanderas y aplanchadoras. Habían planteado reiteradas veces sus demandas a sus patrones, sin ningún éxito. Sus sueldos eran mucho más bajos que los de los obreros estadounideneses; trabajaban más de 8 horas diarias sin compensación adicional alguna, aunque la jornada de las 8 horas ya era una conquista laboral conseguida por los trabajadores de Estados Unidos y de Europa varias décadas antes. Tampoco se practicaba en esta fábrica la debida mantención de las máquinas, lo que era causa de continuos accidentes. Había también otra demanda: La mayoría de esas obreras eran madres, y ellas pedían la habilitación de una sala cuna y un jardín infantil para sus hijos. Ante las negativas patronales, desesperadas, salieron a las calles en protesta, y días después declararon la huelga. De pronto, los patrones, y, en general, el sistema político imperante, inquietos por lo que estaba ocurriendo, decidieron aplastar el movimiento de aquellas mujeres. Les dijeron que estaban dispuestos a negociar, y las invitaron a una reunión en el interior del taller mayor de la fábrica. Sospechosamente, no aparecieron los patrones, sino unos representantes suyos, los que, inexplicablemente, venían acompañados de un numeroso piquete policial. Las mujeres fueron las primeras en entrar. Lo hicieron en fila y se ubicaron en asientos dispuestos en el interior. Al ingresar al recinto la última trabajadora, las puertas se cerraron abruptamente, y a los minutos sobrevino un feroz incendio. 129 trabajadoras murieron quemadas vivas o asfixiadas, al no poder escapar. Muy sugestivamente, ningún policía ni delegado patronal quedó encerrado en la fábrica. Sobrevino el juicio de rigor, y desde un comienzo las declaraciones de los sospechosos de haber causado el incendio fueron contradictorias. Como el cine y la televisión no existían, los hechos no se registraron visualmente, menos aun mientras sucedían, y, por lo tanto, era difícil probar la verdad. No obstante, siempre se supo que todo había sido una monstruosa masacre seguida por un montaje en el que se coludieron patrones, la policía, la prensa, el poder judicial y el poder político. A pesar de todo, se filtraron declaraciones de algunos policías que contaron todo. Mientras oficialmente se decía que todo había sido un “lamentable“ accidente, aquellos policías declararon días después que ellos, como asimismo varios de sus colegas, fueron obligados a encerrar a las mujeres “cumpliendo órdenes superiores,“ y que otros tantos recibieron la orden de un oficial superior de iniciar el fuego. El crimen, finalmente, quedó impune. El conflicto era social y político, puesto que al igual que la masacre de Chicago del 1 de mayo de 1856, que dio origen al Día Internacional de los Trabajadores, se trató de un episodio de confrontación entre capital y trabajo, y en estos casos, como sabemos acá y acullá, los que poseen la fuerza de las armas, las usan, si consideran que la situación es extrema. Desnudada toda la verdad, el horror que causó en el mundo esta masacre fue tal que los patrones debieron ceder a muchas de las demandas de las mujeres trabajadoras, que se alzaban organizadamente en todo el país. El propio gobierno central, algunos años después, decretó, incluso, el sufragio universal. Por extensión, y rindiendo mi más sentido homenaje a una coterránea nuestra, recordemos que demasiado tiempo después, sólo en 1949 (tanta hipocresía en Chjile, por Dios), nuestras compatriotas conquistaron ese derecho, a través de la lucha, en primera línea, de nuestra muy iquiqueña Elena Caffarena, Amanda Labarca, María de la Cruz y otras próceres chilenas de los derechos de la mujer. Empero, la brega por los derechos de nuestras madres, hermanas, esposas, hijas y amigas no ha terminado. La discriminación sexual y el machismo han perdido bastante terreno, como asimismo las posturas retrógradas ultra - conservadoras que se negaban a aceptar el divorcio, el control responsable de la maternidad, y hasta una ley de filiación. Hoy, a la zaga de todos los países desarrollados y democráticos del mundo, aún no se resuelve el tema del aborto sobre las tres causales ya conocidas; siguen las violaciones y los femicidios, todavía hay muchas fábricas y lugares de trabajo sin salas-cunas; como promedio nacional, las mujeres trabajadoras chilenas ganan un 33% menos que los hombres; etc., etc.. En fin, falta mucho por hacer. Se trata de una lucha en la que, también, todo hombre justo y digno debe participar. La brecha ya fue abierta. La abrieron, para el mundo, esas tiernas y heroicas mártires estadounidenses, aquel 8 de marzo, hace 108 años.

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