martes, 23 de abril de 2013

VOLVAMOS A “LA QUEMA DE JUDAS.”

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 26/ 04/ 2013. La “quema de Judas” no es realmente una tradición nuestra, como lo sostienen cada año sus organizadores. No lo es, si atendemos seriamente al significado del término “tradición,” aquello que se manifiesta de manera espontánea y anónima desde la base social, desde un tiempo inmemorial y normalmente en forma de rito. En su origen, este acto no es iquiqueño ni nortino. Cuando ya había desaparecido en Chile, un comerciante venido de Valparaíso, Jorge Muñoz Rojas nos lo trajo por comienzos de la década de los 40 con el único fin de promover su negocio. Era una tienda de cambalaches, “Mi Casa,” ubicada en la esquina noroeste de la calle Juan Martínez, en la intersección con Zegers. Por esos tiempos, mi familia era vecina de ese barrio, y recuerdo muy bien lo que entonces vi allí varias veces siendo niño, al llegar el Sábado Santo. Mientras el monigote pendía de cuatro cables sujetos a las esquinas de ese cruce, la esposa e hijas de Muñoz Rojas repartían volantes entre los asistentes al espectáculo: “Compre bueno y barato en Mi Casa… También le compramos lo que a usted no le sirve…,” etc. Mientras esas mujeres hacían lo suyo, un hijo de Muñoz Rojas, con la ayuda de un anciano que era el bodeguero de la tienda, lanzaba desde su techo unos globos de papel de seda con las letras MI CASA. Los globos remontaban el cielo impulsados por una tea encendida en su interior. Se podrá imaginar el pavor de los vecinos en una época en que virtualmente toda la construcción iquiqueña era de madera y el agua, muy escasa, estaba racionada en toda la ciudad. Los globos a veces se quemaban antes de volar muy lejos y caían como verdaderas bombas napalm sobre la ciudad. A todo esto, Muñoz repartía “cañas” de vino tinto desde una ventana del negocio que daba a la calle Zegers. El hijo de Muñoz, finalmente, encendía el monigote, y como siempre, había algunos lesionados, sobre todo niños pobres que corrían a recoger las monedas de un peso que caían candentes desde el muñeco en llamas. Al término del acto, mientras la gente abandonaba el lugar, un carretero, de esos de carreta y burro del viejo Iquique, luego de recibir una propina de Muñoz, cargaba su carreta con los borrachos y los iba a dejar tirados no lejos de allí, a la calle Juan Fernández con Latorre, entonces de pura tierra. La quema de Judas desapareció en la segunda mitad de la década de los 50 en Iquique, justo cuando el negocio de Muñoz comenzó a declinar, hasta desaparecer. De hecho, el espectáculo ya no existe en el país, excepto en Iquique. Hasta hoy, no me explico por qué la Iglesia Católica no se ha pronunciado nunca, ni antes ni hoy, sobre este acto, a pesar que muchos católicos lo reprueban, porque de fe no tiene nada. La “quema de Judas” fue un rito que se realizaba en Pascuas desde que el catolicismo se impuso como religión de Estado en toda Europa, sobre todo en países mediterráneos en que perduró hasta hace aproximadamente un siglo. Hoy, su casi completa desaparición en el mundo cristiano da cuenta de la modernización y humanización de las prácticas religiosas cristianas. Por cierto, aunque se trate de Judas Iscariote, el muñeco que se quema es más que un muñeco; representa a un ser humano, lo que, aunque sea en farándula, retrotrae la experiencia histórica de las quemas públicas de personas acusadas de herejía por las jerarquías cristianas en los peores tiempos de la Inquisición, tanto católica como protestante, lo que no eran sino atroces actos de opresión política a través del terror. El sadismo que envolvía el acto era ilimitado. El escritor italiano Giovanni Papini relata en su libro “Espía del Mundo” que mientras se quemaba el monigote, se lanzaban a una hoguera contigua siete animales vivos que representaban los siete pecados capitales: un cerdo, la gula; un gato, la pereza; un asno, la lujuria, etc. Los tiempos, felizmente, cambiaron y terminó esa barbarie, y por completo. Si bien todavía se envilece públicamente a Judas en algunos pueblos de la Europa meridional, en casi todos ello tiene allí una connotación jocosa. Al muñeco no se lo quema, sino se lo apedrea o mantea hasta destrozarlo. Hoy, cuando cada persona tiene la libertad de leer y pensar (lo que no parece caracterizar a los “tradicionalistas” que organizan este acto en Iquique), la “traición” de Judas está en severo entredicho teológico. De partida, Judas rechazó el pago por su acción y luego, arrepentido, se suicidó, lo que, a la luz de la doctrina cristiana del perdón, lo redime totalmente. Además, según la tradición cristiana y los propios Evangelios, fue el propio Jesús quien lo conminó a que lo entregara, para que se cumpliera “la Ley.” Ojalá un día termine esta farándula callejera; en su fondo inhumana e irracional. Nos sobran otras tradiciones que conservar, más civilizadas, pacíficas, alegres y verdaderamente nuestras.

miércoles, 10 de abril de 2013

¿QUÉ DIFERENCIA A LA ALIANZA DE LA CONCERTACIÓN?

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 12/04/13. En razón del sistema binominal vigente, sólo los dos bloques políticos mayores del país tienen la chance de ganar las elecciones. A su vez, esta distorsión de la democracia ya tiene marcada la conciencia de gran parte de la ciudadanía con el pernicioso fatalismo de “votar para no perder el voto,” la de “votar por el mal menor;” o el peor de todos, de no votar, como ya lo hace la mayoría. Es esto lo que no permite el desarrollo de otras opciones, que muchas veces terminan por aceptar el juego, y se suman, directa o indirectamente, a cualquiera de esos dos bloques. La madre del sistema subsidiario neo-liberal vigente, que alcanza todos los aspectos de la vida institucional y social del país es la derecha. Como sabemos todos, incluida ella misma, sólo pudo imponerlo porque contó con el apoyo de los altos mandos de las FFAA, que, abandonando toda forma de neutralidad política, se transformaron en parte constitutiva de aquella, tanto material como ideológicamente. Se creía que las cosas cambiarían cuando la Concertación, contraria a la dictadura, triunfara en el plebiscito de 1988. Pues bien, triunfó, y después volvió a triunfar en cuatro elecciones presidenciales consecutivas, además de conseguir permanentemente mayoría simple en las dos cámaras del Parlamento, aun con la trampa de los “senadores” designados inventada por la propia derecha. Cuando se espeta a los dirigentes políticos de la Concertación por qué las cosas no cambiaron en nada importante en sus gobiernos, responden: Primero, “hay leyes de amarre” en la constitución de 1980, que no permiten cambiar las cosas; por lo tanto, eso es sólo posible si se la sustituye por una nueva; y, segundo, la derecha, como es obvio, se opone a cambiar la constitución. Si bien es cierto que Chile no se regirá nunca realmente por el principio de la soberanía popular sin una constitución política que surja en libertad, estos argumentos no son del todo válidos, como lo revelan diversos trabajos recientemente publicados por académicos e investigadores chilenos de excelencia. Entre ellos, está el estudio del economista Julián Alcayaga (Primera Piedra Nº 510. Análisis semanal, 25 / 03/ 2013), que en gran parte transcribo en este artículo. En 20 años de gobierno, la Concertación pudo cambiar mucho del esquema constitucional fraguado e impuesto al país en dictadura. Si no lo hizo, fue, simplemente, porque no quiso, aunque ese era el mandato que le dio la mayoría ciudadana que le permitió triunfar tantas veces. Es cierto que las leyes institucionales, que son las de carácter netamente político, como el sistema binominal, la ley orgánica de las Fuerzas Armadas, del Tribunal Constitucional y del Congreso Nacional no se pueden modificar sino se cuenta con el voto de los 4/7 del Parlamento en sus dos cámaras. No obstante, estos abultados quora no son necesarios para aprobar las llamadas “leyes ordinarias,” que dicen relación con materias económicas, laborales, sociales y medioambientales, que se aprueban por simple mayoría, con la que las administraciones de la Concertación contaron siempre. Sólo dos razones pueden explicar por qué ella no actuó en consecuencia. Primero, o bien no tuvo el suficiente coraje político para enfrentar a la derecha y a su aliado armado, Pinochet y el Alto Mando de las FFAA (ya ven cómo hicieron efecto el “boinazo” y otras bravuconadas post-dictatoriales protagonizadas por las FFAA), aunque ya apaciguados los bravucones, pudo perfectamente llevar adelante una buena cantidad de leyes ordinarias, lo que no hizo. Segundo, o simplemente se sumó al sistema, traicionando el principio y doctrina de cambio que le dio origen. Los ejemplos sobran; sólo veamos algunos: 1. En 1990, el 90% de la propiedad y producción del cobre estaba en manos del Estado. Hoy, CODELCO, la empresa cuprífera estatal, sólo es dueña de un 30%. La pérdida de más del 70% de la propiedad de cobre no fue obra de la derecha, sino de la Concertación. Se recordará que Pinochet había dejado vigente en la Constitución de 1980 (Disposición 3° Transitoria) la Ley de Nacionalización de la Gran Minería, cuyo artífice fue el gobierno de Salvador Allende. En verdad, a diferencia de los gobiernos anteriores, incluido el del demócrata-cristiano Eduardo Frei Montalva, Allende, al rescatar el cobre total y definitivamente, no hizo más que respetar la Disposición 17° Transitoria de la Constitución de 1925 (además, ya contemplada en la carta constitucional de 1833), que aún hoy obliga al Estado a preservar exclusivamente para Chile el patrimonio natural nacional. 2. En 1990, un tercio de la generación eléctrica estaba en manos del Estado, con empresas como Colbún, Edelnor, Edelaysen, Termoeléctrica Tocopilla y Termoeléctrica Cachapoal. Hoy, todas ellas están privatizadas. Esto no ha sido obra de la derecha, sino de la Concertación. 3. La administración y propiedad del agua era en gran parte estatal, y ahora, además de mala y cara, está privatizada por completo; atrocidad que no es atribuible a la derecha neo-liberal, sino a la Concertación. 4. En 1990, las AFP eran casi todas chilenas. Su creadora, la dictadura, había dispuesto que ellas sólo podían invertir el 10% de los fondos de pensiones en el extranjero, cuyo efecto era depósitos de rentabilidad que permitían impetrar mejores pensiones que las de hoy. Bachelet las autorizó a colocar fondos fuera del país hasta un 80%. No sólo eso, también eximió a las AFP de pagar IVA, y, como si eso fuera poco, les aumentó la cotización adicional. Entonces, un humilde jubilado o trabajador, cada vez que compra, debe pagar 19% de IVA, mientras que a los mega-imperios de las AFP, si compran algo, el Estado se los devuelve, que, además, pagaron en menos porcentaje que el que paga un trabajador que gana el sueldo mínimo. Esta aberración e inmoralidad, establecida en la ley 20.255 de 2008, no fue obra de la derecha, sino de la Concertación. 5. Es una falacia que la Constitución impide desmunicipalizar la educación escolar. Si la Concertación no lo hizo en 20 años, fue porque no quiso. 6. Por 1996, se suponía que el proyecto “Ley Marco para las Universidades Estatales” significaría el comienzo del trato y solución del problema universitario no sólo estatal, sino nacional. El presidente Frei nunca, ni ningún otro primer mandatario después, le dio urgencia, y fue abandonado por completo. Hoy, la actual Ley General de Educación (LGE), producto de un acuerdo entre la Concertación y la derecha, no contempla un solo capítulo sobre educación superior. Bachelet prometió recabarlo para agosto de 2008, pero hasta el día que abandonó el gobierno, no lo hizo. Así, la Concertación dejó el problema de la educación superior tal como estaba en 1990, al dejar en vigencia para este sector la antigua LOCE, supuestamente reemplazada por la LGE. Entonces, la LOCE, ese anacrónico engendro fraguado por la derecha en dictadura, aún rige la Educación superior. 7. La constitución de 1980 no impide que las universidades estatales sean gratuitas. Para ello, basta una ley ordinaria, que la Concertación pudo hacer aprobar por la mayoría parlamentaria simple que siempre tuvo. No lo hizo, y sólo porque no quiso. 8. En 1990, las universidades privadas no recibían créditos del Estado, ni los estudiantes Créditos con Aval del Estado (CAE). Estas universidades han podido proliferar y lucrar a destajo gracias a créditos estatales y los CAE, lo que, además, ha significado la creciente disminución del número de estudiantes de las universidades estatales, y la baja general de la calidad académica de todo el sistema universitario. 9. La Constitución de 1980 no impide realizar una reforma tributaria ni subir el valor de los royalties a las transnacionales mineras. Si la Concertación la hubiese efectuado, todas las universidades estatales podrían ser gratuitas y de la mayor calidad. No, por el contrario, los gobiernos de la Concertación, en acuerdo con la derecha, favorecieron a los poderosos del país y extranjeros con importantes exenciones de impuestos. 10. El IVA era de 16% en los tiempos de Pinochet. Subió a 18% con Aylwin, y a 19% con Lagos y Bachelet. El aumento del IVA, como bien se sabe, perjudica especialmente a las familias vulnerables. Su aumento no fue obra de la derecha, sino de la Concertación. 11. Las leyes laborales sólo requieren quórum parlamentario simple. Los gobiernos de la Concertación pudieron restablecer el derecho de huelga efectiva; pudieron bajar la semana de trabajo a 39 horas (en Europa es de 35, y aun menos); pudieron establecer que los trabajadores contratistas recibieran el mismo salario que los trabajadores de las empresas mandantes; pudieron establecer la negociación colectiva por rama o sector; pudieron restablecer los turnos de 8 horas en las faenas mineras, como era hasta mediados de los años 90 (hoy se trabaja en turnos de 12 horas con gran daño para la salud de estos trabajadores, sobre todo los de altura). Pues, nada de eso hicieron. Por supuesto, quienes se sienten a gusto con el sistema, votarán por sus autores, la derecha nacional. Empero, quienes lo rechazan, difícilmente verán cristalizado su anhelo de cambios estructurales institucionales y económicos si lo hacen por la Concertación. ¿No es más lógico que busquen otros caminos?

viernes, 5 de abril de 2013

SUELDO MINIMO

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 05 / 04/ 2013. Los trabajadores más pobres, resignados en medio de tanta adversidad, se alegran llegado el reajuste, que consideran algo así como un aumento en sus salarios. Sin embargo, éste no es más que un deterioro salarial porque el alza de los bienes y productos de todo tipo que se experimentaron el año anterior sólo se compensa a medias con el reajuste. De manera que cada año el trabajador parte con un sueldo que, inmediatamente después de percibir, comienza a bajar, puesto que el costo de la vida no deja de subir. La peor parte la sacan los que ganan el sueldo mínimo, porque su reajuste es porcentual; o sea, miserable. Para otros, la cosa no es así. Como bien se sabe, Chile observa en el mundo la tercera tasa de mayor diferencia entre los sueldos. Fuera de los pocos multimillonarios que se reparten felices la mayor parte del Producto Interno Bruto que genera el trabajo de todos, hay algunos que pueden ganar hasta más de 20 veces más que los trabajadores más pobres, lo que significa que el abismo existente entre los ingresos de los que ganan más con los que perciben menos, se profundiza más cada año, gracias al reajuste. El oficialismo se vanagloria con que, de subirse el reajuste a una fracción más de $ 200.000, como pretende, estaríamos en el tercer lugar en América Latina en cuanto a sueldo mínimo (Argentina y Venezuela, antes que Chile); pero no cuenta que el costo de la vida en Chile es mucho mayor del promedio latinoamericano, casi al nivel de país europeo. También se jacta con los más de 817.000 puestos de trabajo creados en tres años, aunque no basta con crear miles de empleos si no son de calidad, si son en gran parte informales, a tiempo parcial, precarios y con …. sueldos mínimos. Es innegable que un jefe de familia que tenga mujer y más de dos hijos no puede dar a su familia una vida digna con el sueldo mínimo de hoy, de apenas $193.000, y para los menores de 18 años, de $144.079, y menos aun para los trabajadores informales. Según el Instituto Libertad y Desarrollo, ligado a la derecha, 778.000 trabajadores perciben el salario mínimo. Para la Fundación SOL, la cifra es mayor, nada menos que 900.000. Entonces, cómo vamos a creer en el demagógico cuento lanzado al unísono por la derecha y la Concertación que estamos a punto de ser un país desarrollado, si por lo menos la cuarta parte de las familias del país viven en la miseria. La propuesta del gobierno de un sueldo mínimo de $205.000 brutos, con un reajuste del 6,2%, se basa injustamente en el cálculo general del IPC, en circunstancias que debiera hacerlo a partir del llamado “IPC de los pobres”; es decir, sobre la base de lo que consumen los más vulnerables. Cuando los trabajadores exigen más, la réplica del gobierno es inmediata. Señalan sus voceros que puesto que las PYMES son las grandes empleadoras, con sueldos mínimos de unos $250.000 o más, simplemente quebrarían. Dicen también que subir mucho los sueldos significaría caer inevitablemente en la vorágine de la inflación. Por supuesto, para ellos estas argumentaciones se ajustan a su intención de no alterar las raíces de un sistema social económico desigual y perverso. En efecto, hay PYMES que no podrían soportar tal aumento del sueldo mínimo, y los que ganan mucho seguirán consumiendo igual que antes. En otras palabras, para que siga habiendo productos en los supermercados, es preciso que no todos puedan comprarlos; y ni siquiera hablo del buen descanso, la buena educación y la educación superior, que es pagada y de las más caras del mundo. En aquella célebre discusión por el tema de la Universidad del Mar entre la diputada Marta Isasi y la Ministra del Trabajo Evelyn Matthei, quedó reflejado muy nítidamente cuál es el quid de todo. Matthei – con su inveterada tendencia a apasionarse y descalificar a sus detractores- trató de “ignorante” a Isasi, espetándole “¿y de dónde sacamos la plata?” Isasi tuvo la gran oportunidad de apabullarla, pero no lo hizo; o bien, porque no supo qué responder o porque perdió también la serenidad. En Chile el ingreso está concentrado en unos pocos, y, por lo tanto, hace falta una profunda reforma tributaria; se suban los royalties a las transnacionales mineras; se elimine el injusto privilegio del 10% de las ganancias brutas del cobre a las FFAA; se programe una política de recuperación de nuestro patrimonio minero, marino, forestal e industrial, lo que involucraría un aumento sustantivo de la producción, evitándose así la inflación; y, finalmente, se termine con la demagogia de las dádivas de los “bonos,” y se utilicen para subir los sueldos más bajos (sólo piénsese que en los últimos cuatro años se han gastado más de US$ 1.000 millones en bonos). En otras palabras, hay que revertir el orden actual, cuyos mentores nunca dejarán de defenderlo arguyendo que “no hay plata.”