viernes, 5 de abril de 2013

SUELDO MINIMO

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 05 / 04/ 2013. Los trabajadores más pobres, resignados en medio de tanta adversidad, se alegran llegado el reajuste, que consideran algo así como un aumento en sus salarios. Sin embargo, éste no es más que un deterioro salarial porque el alza de los bienes y productos de todo tipo que se experimentaron el año anterior sólo se compensa a medias con el reajuste. De manera que cada año el trabajador parte con un sueldo que, inmediatamente después de percibir, comienza a bajar, puesto que el costo de la vida no deja de subir. La peor parte la sacan los que ganan el sueldo mínimo, porque su reajuste es porcentual; o sea, miserable. Para otros, la cosa no es así. Como bien se sabe, Chile observa en el mundo la tercera tasa de mayor diferencia entre los sueldos. Fuera de los pocos multimillonarios que se reparten felices la mayor parte del Producto Interno Bruto que genera el trabajo de todos, hay algunos que pueden ganar hasta más de 20 veces más que los trabajadores más pobres, lo que significa que el abismo existente entre los ingresos de los que ganan más con los que perciben menos, se profundiza más cada año, gracias al reajuste. El oficialismo se vanagloria con que, de subirse el reajuste a una fracción más de $ 200.000, como pretende, estaríamos en el tercer lugar en América Latina en cuanto a sueldo mínimo (Argentina y Venezuela, antes que Chile); pero no cuenta que el costo de la vida en Chile es mucho mayor del promedio latinoamericano, casi al nivel de país europeo. También se jacta con los más de 817.000 puestos de trabajo creados en tres años, aunque no basta con crear miles de empleos si no son de calidad, si son en gran parte informales, a tiempo parcial, precarios y con …. sueldos mínimos. Es innegable que un jefe de familia que tenga mujer y más de dos hijos no puede dar a su familia una vida digna con el sueldo mínimo de hoy, de apenas $193.000, y para los menores de 18 años, de $144.079, y menos aun para los trabajadores informales. Según el Instituto Libertad y Desarrollo, ligado a la derecha, 778.000 trabajadores perciben el salario mínimo. Para la Fundación SOL, la cifra es mayor, nada menos que 900.000. Entonces, cómo vamos a creer en el demagógico cuento lanzado al unísono por la derecha y la Concertación que estamos a punto de ser un país desarrollado, si por lo menos la cuarta parte de las familias del país viven en la miseria. La propuesta del gobierno de un sueldo mínimo de $205.000 brutos, con un reajuste del 6,2%, se basa injustamente en el cálculo general del IPC, en circunstancias que debiera hacerlo a partir del llamado “IPC de los pobres”; es decir, sobre la base de lo que consumen los más vulnerables. Cuando los trabajadores exigen más, la réplica del gobierno es inmediata. Señalan sus voceros que puesto que las PYMES son las grandes empleadoras, con sueldos mínimos de unos $250.000 o más, simplemente quebrarían. Dicen también que subir mucho los sueldos significaría caer inevitablemente en la vorágine de la inflación. Por supuesto, para ellos estas argumentaciones se ajustan a su intención de no alterar las raíces de un sistema social económico desigual y perverso. En efecto, hay PYMES que no podrían soportar tal aumento del sueldo mínimo, y los que ganan mucho seguirán consumiendo igual que antes. En otras palabras, para que siga habiendo productos en los supermercados, es preciso que no todos puedan comprarlos; y ni siquiera hablo del buen descanso, la buena educación y la educación superior, que es pagada y de las más caras del mundo. En aquella célebre discusión por el tema de la Universidad del Mar entre la diputada Marta Isasi y la Ministra del Trabajo Evelyn Matthei, quedó reflejado muy nítidamente cuál es el quid de todo. Matthei – con su inveterada tendencia a apasionarse y descalificar a sus detractores- trató de “ignorante” a Isasi, espetándole “¿y de dónde sacamos la plata?” Isasi tuvo la gran oportunidad de apabullarla, pero no lo hizo; o bien, porque no supo qué responder o porque perdió también la serenidad. En Chile el ingreso está concentrado en unos pocos, y, por lo tanto, hace falta una profunda reforma tributaria; se suban los royalties a las transnacionales mineras; se elimine el injusto privilegio del 10% de las ganancias brutas del cobre a las FFAA; se programe una política de recuperación de nuestro patrimonio minero, marino, forestal e industrial, lo que involucraría un aumento sustantivo de la producción, evitándose así la inflación; y, finalmente, se termine con la demagogia de las dádivas de los “bonos,” y se utilicen para subir los sueldos más bajos (sólo piénsese que en los últimos cuatro años se han gastado más de US$ 1.000 millones en bonos). En otras palabras, hay que revertir el orden actual, cuyos mentores nunca dejarán de defenderlo arguyendo que “no hay plata.”

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