jueves, 24 de julio de 2014

SIONISMO E INFIERNO EN GAZA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 25 / 07 / 2014. Oponerse a la política de Estado de Israel, diseñada para aplastar al pueblo palestino e impedir que éste obtenga un territorio propio, no es ser nazi ni antisemita. Ese anatema le ha venido sirviendo a Israel desde hace mucho tiempo para justificar su política expansionista y étnicamente excluyente. Todo empezó en 1948, cuando la ONU votó por otorgar un territorio al pueblo judío, expulsado por 18 siglos de lo que fue el suyo, perseguido por la Inquisición, por los estados cristianos medievales y pre-modernos, y, finalmente, condenado a muerte por la barbarie nazi. Por cierto, es de admirar a un pueblo que ha sobrevivido a esos horribles trances, pero también, por esa misma razón, no es posible aceptar que haga lo mismo con pueblos más débiles, como lo fueron los judíos en el pasado. El trato de la ONU con los judíos fue claro: Se establecerían en Palestina (región conquistada en dos guerras mundiales a los turcos por las potencias occidentales), pero en co-habitación con los palestinos, pueblo de origen árabe musulmán que vivía allí desde siempre. Fue un error. La ONU debió dividir fronteras y fundar dos estados, Israel y Palestina. El conflicto en la región tiene, entonces su origen en la decisión de los judíos de hacer de toda la zona un país exclusivamente judío-sionista. El sionismo (de “Sión”, montículo en el centro de Jerusalén donde el rey Salomón construyó su famoso templo) es una posición política de origen religioso que asume la pre-eminencia de los judíos sobre el resto de la Humanidad en virtud de ser el “pueblo elegido” por el único Dios que existe (según los judíos, naturalmente). El Estado de Israel es, entonces, básicamente confesional. Esto es curioso, porque Israel es un país nuevo y derivado totalmente del Primer Mundo; por lo tanto, altamente desarrollado, potencia militar de primer orden y posesora de las más sofisticadas armas existentes en nuestros días. No obstante ese desarrollo, en el aspecto de la vida civil, por ejemplo, Israel ni siquiera se acerca en derechos a los países democráticos más atrasados. Por ejemplo, en Israel sólo los hombres son los “transmisores” de la nación judía; no hay matrimonio civil; es sólo religioso y entre judíos. El divorcio civil tampoco existe, y éste sólo es autorizado por un rabino (un ministro de la fe judía), y, oigan bien, solamente si el hombre lo pide, porque así lo ordena el Talmud, la Biblia de los judíos, que data de hace más de 30 siglos. Son sólo los rabinos quienes en caso de separación autorizan las custodias y la repartición de los hijos, y no existe la ley de filiación (como en Chile). Un hijo “ilegítimo” (la vieja atrocidad que vivimos hasta hace poco en Chile) sólo puede casarse con una mujer también “ilegítima.” En fin, el lector dirá, “es cosa de ellos, que los judíos hagan lo que quieran.” Pues el punto es otro. Es esa situación de tan exagerado etnocentrismo lo que ha hecho de Israel un estado excluyente y agresivo. El conflicto de judíos y palestinos no es un enfrentamiento de igual a igual. Los palestinos, arrinconados hoy en la diminuta franja de Gaza, se defienden como pueden, con cohetes obsoletos 100% interceptables por la moderna máquina de guerra israelí. En cambio, Israel dispara los suyos, que son de última generación, con una precisión perfecta, desde aviones, y contra lugares poblados. Una diputada israelí, Ayelet Shaked, acaba de declarar al mundo: “Los palestinos tienen que morir (…) nuestras manos deben estar manchadas con su sangre.” Es exactamente lo que está haciendo ahora el Estado sionista de Israel contra los palestinos. ¡Basta ya de este genocidio! La Humanidad entera debe frenarlo, y obligar a Israel a aceptar la creación del Estado palestino.

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