miércoles, 8 de julio de 2015

LA HUELGA DE LOS PROFESORES.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 03/ 07/ 2015. Por cierto, hasta hoy el Estado chileno no ha tenido la capacidad ni las agallas suficientes como para resolver la situación laboral y social de nuestros preceptores. De partida, con muy raras excepciones, los ministerios de Educación no han sido ocupados por profesionales del ramo, y a éstos tampoco se los ha convocado a participar en la formulación de las políticas educativas. ¡Cómo sorprenderse que los maestros se rebelen! Desde hace unas 5 décadas, y en sintonía con la práctica universal en materia de formación inicial de profesores, no sólo los maestros de la educación secundaria chilena se forman en universidades, sino también los de la educación básica. El período de la formación docente fue creciendo desde el siglo XIX hasta alcanzar en los años 50 los 10-11 semestres, el mismo tiempo de la mayoría de las demás profesiones universitarias. Sin embargo, un profesor recién titulado comienza ganando hasta la cuarta parte, o menos, del salario que reciben otros profesionales universitarios que inician su vida laboral, situación que se prolonga proporcionalmente hasta su jubilación (que, huelga decirlo, es miserable). Tampoco nunca se ha tratado seriamente el problema del agobio laboral, cuya expresión es el hecho que sólo los profesores deben seguir trabajando fuera de su jornada regular. En efecto, sólo los maestros deben atender en su casa a sus hasta 200 o más niños, corrigiendo pruebas, trabajos adicionales y planeando estrategias para la resolución de los problemas sociales, psicológicos y psico-pedagógicos que los niños invariablemente acusan. En los países de buena educación escolar, a los que Chile pretende imitar, la distribución de las horas lectivas y no-lectivas es de un 50% para cada rubro, enfoque absolutamente inexistente en Chile. En fin, lo expuesto bastaría para justificar la actual huelga magisterial; sin embargo, a ello, este gobierno, como probablemente ningún otro en el pasado, agrega majaderamente la “Evaluación Docente.” Es completamente falso que los profesores no quieran ser evaluados. La protesta corporativa de los maestros reside en la naturaleza discriminatoria del planteamiento. ¿Por qué no se evalúa de modo formal a todos los profesionales universitarios, con las mismas consecuencias que sufrirán los profesores si fracasan en la evaluación? Posee, además, un enfoque individualista y competitivo que no condice con el sentido de colaboración inter-pares que tiñe toda la educación moderna. Su uniformidad, finalmente, alcanza ribetes totalmente a-científicos, en tanto no toma en cuenta las condiciones reales en que los maestros se desempeñan; por ejemplo, la disparidad de medios materiales y financieros que hay entre escuelas, la cantidad de niños por clase (hasta 45 en Chile, y 25 o menos en países de buenos estándares educacionales); niños con necesidades educativas especiales, escuelas de sectores marginales azotados por la pobreza, o ubicadas en lugares geográficamente aislados, con problemas de interculturalidad (aquí todos somos “ssshilenos” por igual, como decía Pinochet; por lo tanto, no hay mapuches ni aymaras), de ruralidad extrema, etc. Además, ¿por qué sólo se evalúa a los profesores de la educación pública y no la privada subvencionada, que puede existir sólo porque el Estado la financia? Además, si se va controlar y evaluar a los profesores nuevos, ¿por qué no hay ningún control sobre universidades privadas de muy dudosa calidad que ofrecen carreras de Pedagogía? Es probable que ante la dureza y desaprensión con que por décadas los gobiernos han tratado la Educación y a los educadores, éstos consigan poco o nada con su movimiento. Ojalá eso no suceda, una vez más.

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