martes, 19 de marzo de 2013

EL DILEMA DE MICHELLE BACHELET.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 22 DE MARZO DE 2013. Michelle Bachelet no vuelve a Chile en busca de una vida retirada y ajena a los avatares políticos, sino a transformarse en la candidata presidencial de la Concertación de Partidos por la Democracia. Objetivamente, lo más probable es que ella vuelva a ocupar la Primera Magistratura del país; ello, no sólo porque así lo revelan todas las encuestas aplicadas hasta ahora sobre el tema, sino porque, simplemente, para el pueblo ha llegado, una vez más y en forma de rutina, la hora de volver a probar con el “contrario” del que está en el gobierno… a ver si, por fin, las cosas mejoran. El binominalismo en materia de elecciones, impuesto al país en 1980 por la derecha armada, en plena dictadura y tras un escandaloso fraude plebiscitario, ha conseguido entronizar en Chile la noción que, al fin de cuentas, sólo dos son las fuerzas políticas destinadas a gobernarlo, la vieja derecha y la Concertación. En efecto, el régimen binominal, estatuido sólo para las elecciones legislativas, marcó irremediablemente todas las demás, y así, en la práctica, sólo esas dos coaliciones tienen las de ganar. La mayoría ciudadana, entonces, vuelve su mirada, esperanzada, hacia Michelle Bachelet. Los más críticos, que recuerdan bien que en sus cuatro años de mandato nada sustancial cambió, dirán “¡qué diablos!, no hay más opción que elegir el mal menor.” Por cierto, todavía son millones los chilenos que lo pasan mal, y algunos muy mal. El neoliberalismo vigente, impuesto al pueblo chileno por la sola vía de la fuerza bruta, insiste ciegamente en la entrega de la totalidad de las funciones y servicios sociales a los grandes imperios privados, chilenos o extranjeros, con el menor control y gasto público posibles. El resultado está a la vista. Por lo menos, la cuarta parte de la población es definitivamente pobre, y otro tanto tiene hoy un perfil socio-económico endémicamente deprimido, a la par que sólo las grandes empresas y bancos usufructúan del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), del cual tanto se vanaglorian los campeones del neoliberalismo. Mientras tanto, la riqueza nacional sigue concentrándose en unos pocos, en apenas 4459 familias (no más de 25.000 personas), que, además, son los dueños y regentes de no más de 114 imperios económicos. Esta situación de sostenida y creciente desigualdad, de injusticia social y de ausencia de democracia real, no ha variado en 40 años, de lo cual no son sólo responsables los mentores del sistema, hoy en el poder del gobierno, sino también la Concertación, su supuesta enemiga. Hoy, la pregunta que debe hacerse Michelle Bachelet es si su gobierno será de corte nuevo, distinto al que presidió hasta hace tres años, o seguirá marcando el paso dentro del socialmente fracasado orden neo-liberal. “To be or not to be,” se preguntaba Hamlet; Bachelet debiera preguntarse “seguir o no seguir con lo mismo, y con los mismos.” Humildemente, como el último ciudadano de base, le sugiero a Michelle que no comprometa su gobierno al consejo y arbitrio de los desprestigiados corifeos de la Concertación, como lo hizo cuando Presidenta. El primer gobierno de derecha post-dictadura, lógicamente ha hecho lo que debía hacer: consolidar en la práctica su credo doctrinario, que ella misma implantó en el país: favorecer al máximo los mega-intereses económicos nacionales y extranjeros y sin el menor interés por terminar con las atroces desigualdades sociales existentes; menos aun, por cuidar y preservar nuestra naturaleza. Pues bien, la Concertación, elegida por la mayoría del país para revertir aquello, no cumplió ese mandato. En los hechos, se hizo parte del sistema establecido en dictadura, y en el mejor de los casos, trató de “humanizarlo” con dádivas, bonos y cosmética que, por lo demás, también hace la derecha; y todo, en un clima de pobreza moral de la política al que nuestro pueblo, parece haberse acostumbrado. A los trabajadores se les niega un sueldo mínimo apenas medianamente decente, mientras el PIB sigue concentrándose en unos pocos. Esta situación la remata con cruel sarcasmo la propia clase política nacional. En efecto, los parlamentarios de la nación, que además controlan las directivas nacionales de los partidos políticos, se aumentan muy unidos y unilateralmente sus dietas en millones de pesos. Bachelet, entonces, tiene dos caminos: someterse al orden actual, como ya lo hizo una vez, o encabezar un gran movimiento ciudadano que se proponga cambiarlo, liderando el rearme moral y la limpieza que necesita el país. Eso significa iniciar el proceso de sustitución de la podrida estructura política y económica en que se desenvuelve la nación, por una que sea digna y justa; es decir, que descanse en una nueva y democrática constitución política, lo que sólo será posible si la Presidenta acerca a su gobierno a los movimientos sociales, a los estudiantes, maestros, a los mejores intelectuales y profesionales, a los organismos regionales, sindicales y étnicos. Esperemos que tenga ese coraje, para que la caldera social, ya en plena ebullición, no termine por explotar.

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