miércoles, 2 de abril de 2014

EL MONUMENTO A PEDRO PRADO.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. 04 / 04 / 2014. En las afueras del Cementerio Nº3 se inauguró un monumento a un conscripto asesinado días después del golpe militar de 1973. Miembros de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos irrumpieron boicoteando la ceremonia. Lo sucedido sólo viene a ratificar lo profundidad de la herida abierta por el cuartelazo, y que se abre más y más, con el persistente silencio de los militares sobre el destino de los miles de desaparecidos bajo la dictadura cívico-militar, y con su porfía en ocultar la verdad en torno a los crímenes que se cometieron bajo su égida. Una de las más burdas maniobras para ocultar la verdad en dictadura fue, precisamente, la muerte de Pedro Prado, a quien declaró muerto por “extremistas marxistas.” Por desgracia, no hay cambios en la cerrada actitud castrense, puesto que había altos oficiales del Ejército en la farsesca inauguración, compartiendo asientos con conspicuos dirigentes de la derecha política local (si eso no es tomar partido político, díganme qué es). Según la versión de la dictadura sobre la muerte de Prado, Jorge Marín y William Millar, dos militantes del Partido Socialista (hasta hoy, desaparecidos), huyeron del Regimiento de Telecomunicaciones, donde estaban detenidos desde fines de septiembre de 1973, para ocultarse en el cementerio Nº 3. Sigue la versión que el 1º de octubre los fugados mataron allí al conscripto, miembro de la patrulla que había ido a capturarlos. Esto es enteramente falso. Obvio, si los dos dirigentes socialistas estaban detenidos, no podían haber estado armados en el momento de su detención; de modo que si huyeron con armas del regimiento, sólo podían haberlas obtenido allí, matando a algún soldado o robándolas al estilo “Rambo.” Como cualquier otro civil, estos dos presos políticos no tenían el entrenamiento militar que una acción de este tipo habría requerido; y, lo más importante, antes de su supuesta "fuga," habían sido tan salvajemente torturados, de lo cual sobran testigos, que ni siquiera podían caminar, menos aun, huir armados de un lugar tan rigurosamente custodiado. Por lo tanto, Pedro Prado, un civil, un joven que cumplía con su servicio militar obligatorio en Iquique, no pudo haber sido ultimado por ellos, sino, obviamente, por los propios militares. Un testigo, un conscripto que declara haber sido amigo de Prado, dice que lo vio morir a su lado, pero señala, muy explícitamente, que no vio a Marín ni a Millar dispararle. En cambio, hay otro, que también lo vio morir, que asegura que los detenidos no lo mataron. Vale decir, en el peor de los casos, hay más de una versión sobre los hechos. Una es falsa, y fue la oficial de la dictadura en el pasado, pero sigue siendo aceptada por los militares de hoy (por supuesto, también por la derecha política); y otra, la verdadera. La provocadora placa recordatoria dice que el muchacho cayó “en cumplimiento del deber.” ¿Qué “deber”? ¿Matar a civiles desarmados, en medio de la orgía de sangre que los golpistas llamaban “guerra”? Pues, para no incordiar, propongo que la placa se cambie por otra que rece: “ Al conscripto Pedro Prado, víctima de los luctuosos acontecimientos que ensangrentaron Chile luego del golpe de estado de 1973.”

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