viernes, 27 de enero de 2012

REFORMAS AL SISTEMA POLÍTICO

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21.
REFORMAS AL SISTEMA POLÍTICO.
Por primera vez en mucho tiempo existe la posibilidad de reformar el sistema de elecciones en Chile, específicamente en su nivel no proporcional (el binominal, referido a la elección de nuestros parlamentarios). Esa posibilidad existe porque después de dos décadas, una parte del bloque oficialista está dispuesta a hacerlo. Esperemos que tanto el Presidente de la República como el Parlamento tengan la feliz disposición de cambiar el sistema de manera significativa, pues si ello no ocurre, no cesará la creciente desafección de la ciudadanía hacia los políticos y los partidos políticos, cuestión que repiten incesantemente todas las encuestas, y que, además, se traduce en el hecho que hasta hoy sólo vota la mitad de los chilenos en condiciones de hacerlo. El primer síntoma del alejamiento entre la clase política y la ciudadanía nos lo mostraron las movilizaciones estudiantiles y gremiales del año pasado, que se iniciaron en demanda de una educación democrática, y terminaron en la exigencia popular de producir cambios institucionales en el país, particularmente en el actual sistema de elecciones. Vale decir, fueron esas movilizaciones las que están produciendo los cambios que el país necesita, porque obligaron a quienes fueron designados por ellas para cumplir ese objetivo a ocuparse de esos temas. Un segundo síntoma, nos lo revela una breve parte del texto de la declaración conjunta de la DC con RN en torno al tema de reformas políticas, suscrita por sus presidentes, Ignacio Walker y Carlos Larraín. El binomio Walker-Larraín declara que las causas de la desafección anotada entre y pueblo y políticos residen en el hecho que la sociedad chilena estaría dominada por una “mentalidad difusa en todos los ámbitos que busca gratificación instantánea en la vida personal y realización pronta de enfoques mucha veces estrechos.” ¡Vaya espíritu autocrítico! Así que todo se reduce a la mente “difusa” de los estudiantes y los trabajadores, dados a pedir demasiado, y ahora mismo, lo que no puede dárseles. En cuanto al tema del presidencialismo, los presidentes de la DC y RN no niegan la necesidad de cambiarlo o reformarlo, pero no con la claridad necesaria. Dicen que el presidencialismo muestra sus defectos “cuando se debilita…”; o sea, si el Presidente es fuerte, todo solucionado. Pienso que si se quiere que Chile sea un país de verdad democrático, se debiera: 1. Poner fin total al sistema binominal, y reemplazarlo por uno proporcional, puesto que aquél no es democrático. ¡Cómo puede ser democrático un sistema en que el candidato con más votos puede perder una elección, y ganarla quien obtuvo el tercer lugar, como ya ha ocurrido tantas veces en el país! 2. Terminar con el presidencialismo excesivo vigente, y producir instancias de participación ciudadana en la gestión administrativa e institucional del país. 3. Reducir drásticamente el sueldo y todo el sistema de bonos y prebendas de los parlamentarios. La verdad sea dicha, ser parlamentario en Chile es sacarse la lotería. Sus sueldos son de los mayores del mundo, en un país en desarrollo, y en muchos sectores sociales, decididamente subdesarrollado. Un parlamentario no debiera ganar más de 4 veces el salario de un trabajador calificado (de $3 a 4 millones mensuales, a lo más). De continuar ganando hasta casi 20 veces aquella suma, difícilmente el pueblo puede creer en su “vocación de servicio” (como gusta decirse); todo lo contrario, sólo puede suponer que la carrera política está dominada por el afán personal de lucro. 4. Establecer un parlamento unicameral, menos costoso y engorroso que el actual bicameral, que haga más expedita la tramitación de leyes. 5. Eliminar la posibilidad de la re-elección de los parlamentarios más allá del segundo período. Esto pondría freno al clientelismo, los caciquismos y caudillismos al interior de los partidos y fuera de ellos. 6. No aumentar el número de parlamentarios. Se dice que este aumento asegura la representación de regiones sub-representadas o no representadas. En verdad, un buen parlamentario puede representar bien toda su región. Tras esta idea sólo subyace el afán de asegurar la re-elección de los parlamentarios ya existentes. 7. Finalmente, los partidos ni nadie puede estar por sobre la ciudadanía. Es decir, cada vez que se discutan cambios institucionales, estos deben plebiscitarse. En suma, creer en la democracia es creer sinceramente en el pueblo y su capacidad de gobernarse a sí mismo.

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