viernes, 18 de octubre de 2013

EDUCACIÓN GRATUITA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO EL LONGINO, 27 /09/ 2013. En el fragor de la presente contienda electoral, ha vuelto el tema de la gratuidad universal de la educación. Nadie ignora que en el pasado la educación chilena fue totalmente gratuita, desde el entonces novel nivel pre-escolar hasta la educación superior; en este último caso, se tratase de universidades o institutos profesionales, como el antiguo y estatal INACAP. Chile, por lo tanto, ofrecía a la niñez y a la juventud una educación universal de Estado y gratuita en todos sus niveles. En términos relativos, nuestra educación era buena, si no muy buena. No podía ser de otro modo, puesto que el Estado de Chile, con entero arreglo a la Ley, desde la constitución de 1833, la definía como su “atención preferente.” Hoy, la Educación, como reza la propia Ley, no es atención preferente del Estado, sino un servicio que se vende según las reglas y contingencias establecidas espontáneamente por el mercado. Así las cosas, si bien la educación escolar de Estado es gratuita, deja demasiado que desear, por razones que hemos analizado ya varios veces en estas columnas. Sólo recordemos que antes del golpe militar de 1973, la educación escolar estatal era tan buena como la privada, la que sólo llegaba al 10%, guarismo que se da como constante en todos los países del mundo, excepto Chile. Además, el financiamiento de las escuelas privadas corría por cuenta exclusiva de sus dueños; vale decir, el Estado sólo financiaba lo que era suyo. La educación superior (llamada también “terciaria”), es hoy totalmente pagada, sea estatal o privada. Son dos los argumentos que los partidarios de la educación pagada - la derecha neo-liberal - exhiben para justificarla. Partamos por el primero. Dicen que la gratuidad es injusta porque es inaceptable que los pobres paguen la educación de los ricos. Como, en efecto, es el Estado el que la financiaría, y éste, a su vez, se nutre del trabajo y los impuestos que paga toda la población, incluidos los pobres, éstos estarían, entonces, costeando la educación superior de los ricos. Agregan que como los ricos pueden pagar su educación, el Estado se ahorraría grandes sumas de dinero que pueden servir para mejorar las condiciones de vida de la población, particularmente de los más pobres. El segundo argumento es tan atractivo como el primero. Dicen que nunca en la historia de Chile tantos jóvenes habían accedido a la educación superior. Por cierto, así presentado el tema, estos argumentos parecieran responder al más sano sentido ético y social. Sin embargo, no es así. Por el contrario, ambos argumentos son falaces, anti-democráticos y, básicamente, falsos. El primero acusa, en primer lugar, una falta total de sentido de sociedad, de comunidad chilena. La Educación general, en manos de privados en más del 60%, como ocurre en el Chile de hoy, divide a la sociedad dos sectores: el de los que, por ser pobres, no pueden pagar una buena educación; y el de los que poseen dinero, y, por lo tanto, pueden pagarla. Nada es peor para una sociedad que poseer dos tipos distintos de educación, cuya base es la diferencia de clase social. La propuesta de un sistema universitario estatal gratuito, obviamente, sólo es posible si a la vez se decreta una reforma tributaria que por fin, ponga las cosas en su lugar en Chile en materia de impuestos. Las grandes empresas nacionales y extranjeras pagan los royalties e impuestos más bajos del mundo, lo que explica el exagerado volumen de sus ganancias. El Estado puede perfectamente financiar sus universidades e, incluso, crear muchas más, a partir de una profunda reforma tributaria, que, por supuesto, no significaría ningún sacrificio para los pobres. Como la derecha se opone tenazmente a la exacción de impuestos a las mega-empresas, es natural que sea partidaria de la continuidad del actual modelo de financiamiento de la educación superior; es decir, que sea pagada por todos sus estudiantes. El segundo argumento conlleva un escandaloso engaño. Es cierto que las universidades, sobre todo, las privadas, están llenas de alumnos, pero, ¿no es al costo del endeudamiento de por vida? Además, ¿son de calidad los estudios que ofrecen? ¿Son serios sus títulos? Cada día se hace más evidente el hecho que la competencia por ganar mercado (es decir, estudiantes) se basa en las facilidades que las universidades ofrecen para la obtención de un título. Las antiguas universidades chilenas eran buenas porque eran exigentes. Salvo una que otra excepción, hoy la universidad que exige, sobre todo si es privada, está condenada a perder clientela; vale decir, a desaparecer. Sus dueños serían muy malos comerciantes si se pusieran realmente serios en el aspecto académico. Sin embargo, sólo la gratuidad asegura la calidad de los estudios en las universidades, y por extensión, de la excelencia profesional de sus futuros egresados.

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