miércoles, 6 de febrero de 2013

¡EL AGUA SE AGOTA!

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 16 -11-12. El sostenido agotamiento del agua potable para Iquique es evidente. En verdad, ya es indiscutible. También es evidente que ante ello, las autoridades de gobierno y comunal han estado actuando como si esto no estuviera ocurriendo ante nuestras propias narices. Por cierto, el problema del agua, que ya es muy serio para los agricultores del interior de Tarapacá, debe ser el mayor que tendremos en Iquique; por lo menos, en una proyección de mediano plazo. Veamos: El agua que consumimos los iquiqueños se obtiene de napas y de un par de pozos que hay en la ciudad. Es agua de origen fósil, y de unos 6000 a 8000 años de antigüedad, lo que significa que es de buena calidad. A la vez, sin embargo, no es renovable. Vale decir, el agua que se ocupa, no vuelve a recuperarse. Bien, entonces, hay que hay que tomar medidas, y ahora, porque el agua está cobrando un acelerado ritmo de extinción. Veamos algunas. Primero, llama poderosamente la atención que las empresas mineras sigan trayendo a la costa enormes cantidades de concentrado de cobre por mineroducto, utilizando miles de toneladas de agua que es potable. Es preciso que termine esa práctica, y, además, lo antes posible. También llama mucho la atención a extranjeros que visitan nuestra región, el hecho que el agua potable, en una zona tan desértica como la nuestra, se esté utilizando para el regadío de pastos, e incluso, para los servicios de aguas de evacuación. A comienzos del siglo pasado, en Iquique se dio una experiencia muy interesante. Las necesidades de agua durante mucho tiempo, desde la época peruana hasta bien pasada la nacional, se solucionaban con barcos aljibes que traían el agua desde otras regiones. Aquello resultaba de mucho menor costo que recabar la instalación de redes de cañerías en la ciudad. Esta situación era, por supuesto, un verdadero drama para la población. Cuando se empezaron a hacer las primeras instalaciones sanitarias, hubo dos sistemas de tuberías, uno de agua potable, para el consumo humano; y otro de agua de mar, para las aguas servidas. ¿Qué impide en nuestros días una solución semejante, ante la seguridad que en el futuro no tendremos más agua? Gracias a la tecnología moderna, la solución en nuestros días es indudablemente menos difícil que aquel remoto pasado nuestro, porque ni siquiera estamos obligados a la instalación de tuberías para agua de mar, pues está la posibilidad concreta de desalarla, como se hace en cientos de regiones del mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, en ciudades como Tucson, en el desierto de Arizona (que es unas 40 veces más seco que nuestro desierto de Atacama), se usa agua desalinizada para las instalaciones industriales y regadío de parques y áreas verdes. El agua potable, por lo tanto, está reservada sólo para el uso de la población. En nuestros días, desalar el agua de mar ya no ofrece las dificultades del pasado, y, además, las máquinas e instalaciones para ese efecto ya no son de gran costo. De hecho, las hay en Antofagasta y otras regiones del país. Muy concretamente, por ahora, aguas desaladas debieran utilizarse para el regadío de áreas verdes. Eventualmente en el futuro, pienso que podrán cubrir otros sectores, como el de las aguas servidas. Resolver el problema del agua, así como el de las plantas termoeléctricas, es asunto de las autoridades. El único argumento para no resolverlos, aquellos y muchos más, es la carencia de recursos financieros. Por supuesto, todos sabemos que nada se puede hacer sin plata. ¡Pero que eso lo digan los gobiernos y autoridades de países naturalmente pobres y subdesarrollados! Chile es un país de cierto desarrollo e inmensamente rico en riquezas naturales, que se venden todas a buen precio. Difícilmente los problemas del Norte Grande, entre ellos, el sostenido agotamiento del agua, se acabarán si los iquiqueños nos quedamos en nuestras casas esperando que las autoridades centrales, parlamentarias y comunales, se involucren en su solución. En el mejor de los casos, no lo han hecho con la fuerza y aprensión necesarias. Por lo menos, para el caso de detener la instalación de plantas termoeléctricas en nuestras costas, y frenar el sostenido agotamiento de nuestras aguas, quizás no habrá más remedio que organizarse y actuar, a la manera que lo hizo hace poco, y con inusitado éxito, la población de Aysén.

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