miércoles, 20 de febrero de 2013

¡NERUDA FUE ASESINADO!

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 22 DE FEBRER0 DE 2013. En septiembre de 1973, los medios de comunicación del país, enteramente controlados por la dictadura militar, achacaron la muerte de Pablo Neruda (ocurrida el día 23 de ese mes) a una “caquexia cancerosa” de la que el vate supuestamente padecía antes de su muerte. Tenía que volver la libertad a Chile –inexistente entonces- para que se iniciara, por fin, el proceso, ya en curso, por revelar la verdad sobre la muerte del hasta hoy el chileno más conocido en el mundo, el insigne poeta que obtuviera el Premio Nóbel de Literatura en 1971. Pronto se llevará a cabo la exhumación de su cadáver. Tal diligencia fue ordenada por el juez Mario Carroza, luego del examen que hiciera de la querella presentada en julio de 2011 por el Partido Comunista (en el cual el poeta militaba). El texto de la querella exhibe una abrumadora cantidad de pruebas materiales que, de partida, revelan rotundamente que Neruda no murió de caquexia cancerosa. Pero hay más que eso: El examen tanatológico del cadáver podrá revelar que el poeta murió asesinado por envenenamiento, cual es exactamente la tesis planteada en la querella. Pero, ¡cuidado! Una vez más la verdad podría ser burlada, como ha venido sucediendo con el caso del difunto ex – presidente Eduardo Frei. Los consabidos conciliábulos e intereses políticos de siempre, más la acción de los oscuros poderes fácticos que gobiernan Chile desde las sombras, podrían una vez más impedir que se conozca toda la verdad en torno a este magnicidio, demorar indefinidamente la investigación correspondiente, e, incluso, lograr que se aduzca (sospechosamente, desde luego, como el caso de Frei) la imposibilidad de detectar tóxicos letales en un cadáver de cuatro décadas de data. Sin embargo, nadie en su sano juicio podría creer a pie juntillas la información oficial de la dictadura sobre la “muerte natural” de Neruda, puesto que Chile estaba al entero arbitrio de un Estado de índole terrorista y encabezado por un militar de conciencia profundamente autocrática e inmoral: el dictador Pinochet. Los hechos: El 19 de septiembre de 1973, Neruda fue trasladado desde su casa en Isla Negra a la Clínica Santa María, ubicada en Santiago. El traslado no se hacía por algún agravamiento de su salud, como lo informó entonces la prensa oficiosa de la dictadura. En efecto, el motivo del viaje a la capital era otro. El presidente de Méjico de entonces, Luis Echeverría, había dispuesto un avión exclusivo para Neruda con el fin de llevarlo a Ciudad de Méjico; obviamente, para salvarlo de las garras de la dictadura. Además, según su enfermera Patricia Albornoz, su chófer, y el embajador de Méjico en Chile, Gonzalo Martínez, el vate se veía “muy bien” y de “buen ánimo,” tanto que no hizo falta camilla ni apoyo de aparataje médico para su traslado a Santiago. El avión ya estaba en Pudahuel, y el poeta, acompañado por el propio embajador mejicano con todos sus fueros, y en el automóvil de la embajada, partiría a abordarlo desde la clínica. La dictadura, advertida del plan, decidió impedir que el poeta saliera del país, y para ello había sólo un expediente, asesinarlo. Constituye un hecho probatorio en la querella la existencia de una inyección administrada al poeta horas antes de su muerte, cuestión personalmente reconocida por quien la ordenó, el doctor Sergio Draper, uno de los primeros sospechosos en el caso. Esa inyección, según Patricia Albornoz, que nunca se apartó de su lado, fue la causa directa del paro cardiaco que causó la muerte de Neruda. Como estamos hablando de un crimen perpetrado por una dictadura fascista, no es de extrañar que en el certificado médico de defunción de Neruda, fechado el 24 de septiembre de 1973, no se mencionaran la inyección ni el paro cardíaco que lo mató; como tampoco que haya desaparecido su historial clínico. Neruda, en verdad, no pudo haber muerto por una “caquexia cancerosa” (un estado de extrema debilidad que antecede a la muerte por cáncer metastásico), como así reza el certificado de defunción. Es un hecho de la causa que en los 13 exámenes médicos disponibles de Neruda (por décadas, guardados celosamente por su familia, y que figuran en el expediente judicial de más de 600 páginas), no hay nada que demuestre que Neruda tenía un cáncer terminal; ni siquiera que tuviera cáncer. Refuerza esta tesis otro hecho de la causa. Se trata de una radiografía de la pelvis derecha del poeta, realizada el 6 de diciembre de 1972 en el Laboratorio “Raúl Bulnes” de Santiago, que no evidencia ninguna anomalía asociable a una persona con cáncer terminal, como lo reconocen los médicos del Departamento de Criminalística de la Policía de Investigaciones (PDI), José Luis Pérez y Patricio Díaz Ortiz, en su informe N°75, del 16 de agosto de 2011. El médico legista Luis Ravanal explica: “Aquí claramente no se describen lesiones destructoras de hueso múltiple. La única alteración que hay es en el borde anterior, pero esa descripción no es característica de una metástasis.” Ravanal, además, informó que un examen hematológico realizado a Neruda el 1 de junio de 1973, también en el Laboratorio “Raúl Bulnes”, revela que no hay evidencia “de un cáncer que supuestamente tiene metástasis.” Luego del estudio de este examen, los médicos de la PDI, señalaron que “en cuanto a la presencia de metástasis, es decir las fosfatasas ácidas y su fracción prostática, éstas están normales.” Ravanal coincide así con el análisis de estos médicos: “Las fosfatasas tienden a estar alteradas en forma severa en casos del cáncer de la seriedad que se le pretende atribuir a Neruda, y por lo tanto no dan cuenta de la existencia de una caquexia,” lo que, como ya sabemos, ratifican las declaraciones de Albornoz, Araya y el embajador mejicano. La prueba que exhibió la dictadura al anunciar al mundo que Neruda había muerto de cáncer terminal es el informe del radiólogo Guillermo Merino, quien aplicó a Neruda terapia de cobalto, entre marzo y abril de 1973. En efecto, Merino había diagnosticado en Neruda “un cáncer prostático con metástasis ósea,” pero el 18 de abril de 1973, el mismo Merino derivó al poeta al urólogo Roberto Vargas Salazar con un diagnóstico distinto. La nota clínica de Merino dice a la letra: “Estimado colega: al dorso, resumen del tratamiento efectuado a don Pablo Neruda para tratamiento por adenoma de próstata y artrosis pelviana derecha.” Tal diagnóstico, explica Ravanal, no es prueba de cáncer, sino “un aumento de tamaño de la próstata que está asociado a dificultades para orinar y a procesos infecciosos urinarios por la retención de orina que se produce.” Vale decir, Merino había aplicado tratamiento de radioterapia a Neruda sin la certeza que el poeta tenía cáncer. “¡Sancta simplicitas!” decían los latinos: el trágico fin de Neruda había quedado sellado el 16 de septiembre de 1973, cuando expresó a un periodista extranjero: “En México, voy a pedir a los intelectuales y a los gobiernos del mundo entero que nos ayuden a derrocar la tiranía y reconstruir la democracia en Chile.”

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