miércoles, 6 de febrero de 2013

JUSTICIA PARA VICTOR JARA.

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 05/01/2013. En enero de 1974, la prensa oficial de la dictadura, El Mercurio, publicaba una breve nota que sorprendió a todo el mundo. En ella, a sólo tres meses del golpe de estado, el “decano” daba cuenta de los pormenores que rodearon el asesinato del artista y cantautor Víctor Jara. Lo curioso es que la dictadura y el propio dictador, no impidieron que los detalles del crimen se dieran a conocer, y reclamaran por ello sólo quienes podían hacerlo, algunos representantes de la gobernante derecha política. La razón era muy simple. Víctor Jara había sido asesinado delante de cientos de detenidos políticos en el Estadio Chile, entre ellos, periodistas extranjeros, de todos los países, especialmente europeos y estadounidenses, que cubrían los acontecimientos de la época. Sus embajadas obligaron al dictador a liberarlos, lo que Pinochet debió hacer, so pena de serias represalias económicas y diplomáticas. El Mercurio, entonces, sólo se sumaba disciplinadamente a la estrategia oficial de la dictadura de lavar de la mejor manera posible la repugnante faz que estaba mostrando al mundo, siguiendo la misma línea iniciada meses antes por Sergio Diez, el canciller de la dictadura, el hoy arrepentido Patricio Aylwin, y Frei Montalva, por entonces el mayor soporte civil de Pinochet. Desde luego, El Mercurio, ni ningún otro medio de comunicación de tiempos de la dictadura, hablaron más del tema. Fuera del país, empero, el asesinato de Jara, horrorizó a todo el mundo. Ciudadanos y periodistas extranjeros que, junto a cientos de detenidos políticos, estaban detenidos aquel 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile, apenas llegaron a sus países, contaron al unísono y con todo detalle el macabro espectáculo al que se los obligó presenciar. La noticia, que en esa telegráfica nota contaba El Mercurio, por cierto, ya se conocía en todo el mundo. Era ésta: Víctor Jara, luego de ser torturado, fue expuesto ante los detenidos. El primer implicado, el teniente Barrientos, espetó a Jara, delante de todos “¡Canta ahora, puh, huevón!”, y le extendió una guitarra. Jara, que apenas podía moverse con sus costillas y su abdomen destrozados por culatazos y patadas de bota, hizo el supremo esfuerzo de incorporarse desde el suelo, tomar la guitarra, y gritar a viva voz. “Compañeros, el teniente quiere que le cantemos. Cantémosle entonces,” y, rasgueando a duras penas la guitarra, empezó a entonar el estribillo del himno de la Unidad Popular “Venceremos, venceremos…” Barrientos, evidentemente derrotado ante aquel inesperado acto de arrojo del artista, desenfundó un yatagán y lo descargó con furia sobre la mano derecha de Jara, que estalló en sangre. Luego, él, con otros esbirros, despedazaron el cuerpo del artista, con más de 40 tiros de ametralladora. Vale decir, la noticia que hoy circula en la prensa sobre los hechos, es incompleta. En efecto, Jara fue abatido antes, y no después que los detenidos fueran sacados del estadio, lo que explica por qué hubo tantos testigos del hecho, chilenos y extranjeros, lo que ha permitido la perfecta identificación de los asesinos. Jara, desde el instante de su muerte, se ha transformado en el supremo ícono y símbolo universal del artista que lleva su arte hasta las últimas consecuencias. En verdad, hoy no hay país en que su nombre y sus mejores canciones no sean conocidas, y, desde luego, son muchos los compositores, cantautores y poetas de todo el mundo que han exaltado su figura, refiriéndose, obviamente, a su martirio. Uno de ellos, el compositor y cantante estadounidense Arlo Guthrie, en su canción “Estadio Chile,” relata con especial exactitud el infamante acto de crueldad y sadismo que fue el asesinato de Víctor Jara, hasta el último detalle. Hasta hoy, no obstante, todavía las circunstancias que rodearon aquella atrocidad son casi desconocidas. Decía el filósofo inglés Samuel Johnson que “el patriotismo es el último refugio de los canallas.” Así es. La caterva de asesinos uniformados que torturaron, violaron mujeres y asesinaron hasta niños, enfrentados a la Justicia, repiten a coro que lo que hicieron, lo hicieron por la “patria.” Esa estupidez fue por mucho tiempo insuflada en la prensa, la televisión y las radios, por otros canallas, los civiles cómplices, que sabían muy bien lo que estaba ocurriendo, y lo ocultaban, azuzando más y más, y día a día, a la fiera. Hoy, a 39 años de la muerte de Víctor Jara, se ha iniciado el proceso de hacerle justicia. Tarde, por cierto, porque siempre se supo quienes fueron los ejecutores de ese vil y cobarde acto. Tarde, también, porque la justicia pudo ser promovida mucho antes, precisamente por los gobiernos anteriores a éste, los de la Concertación, a los que, supuestamente, les correspondía hacerlo por definición.

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