miércoles, 6 de febrero de 2013

ELECCIONES Y VOTO VOLUNTARIO

PROF. HAROLDO QUINTEROS. DIARIO 21. 2/ 11/ 2012. Vuelvo a mi columna semanal en Diario 21. Mis escrúpulos me aconsejaron dejarla durante el tiempo de la campaña electoral municipal, en la cual participé como candidato. En fin, reinicio mis artículos con éste, que he titulado “Elecciones y Voto Voluntario.” …………………………………………… La anulación de la obligación cívica de votar sólo ha servido, y, aparentemente, seguirá sirviendo, para afianzar más los gobiernos de sólo los dos grupos políticos mayores, la derecha y la Concertación en Chile; y en Iquique, la derecha y el sorismo. Vale decir, el voto voluntario es, al fin de cuentas, la versión municipal del sistema binominal parlamentario vigente. La ausencia ciudadana a las urnas en las recientes elecciones municipales de casi los dos tercios del electorado inscrito, fue el acontecimiento que con más fuerza marcó estas elecciones. Reveló de manera rotunda el mayoritario desencanto ciudadano por la “res publica,” que, por lo demás, ya había tenido alguna expresión en las votaciones parlamentarias y presidenciales pasadas. Por supuesto, ello deslegitima en gran medida la validez representativa de cualesquiera comicios electorales, y, por extensión, del triunfo electoral de los propios elegidos. En verdad, el voto voluntario, que fue un acuerdo entre la derecha y la Concertación (como en infinitud de materias, con arreglo al canon de la consabida “política de los acuerdos”), pone el camino muy cuesta arriba , a las agrupaciones minoritarias terciarias, en cuanto capacidad de crecimiento e influencia política en la población. Son agrupaciones y partidos que, por cierto, también tienen propuestas y programas, que, simplemente, no pueden dar a conocer debidamente, sobre todo por falta de medios financieros. Además, son programas que, además de ser distintos de los que tienen los dos bloques mayores, cuestionan el sistema político vigente, que esos bloques, muy contentos, sostienen. Así las cosas, siempre votarán mucho más los “leales” y los "duros;" es decir, los electores tradicionales de las dos coaliciones mayores, que, muy sugestivamente, son una ínfima minoría comparados con el resto de los electores inscritos que no votan, los chilenos, que, mayoritariamente y de todas las edades, al ver las cosas como fatalmente incambiables, hoy son presa de la indiferencia por la política, y se sustraen totalmente de ella. El efecto de esta situación no puede ser más alarmante para el sistema democrático chileno, ya bastante imperfecto. A este oscuro panorama cívico hay que agregar el hecho que en Chile no existe la obligatoriedad para los candidatos a alcaldes, ni legal ni por tradición (como sucede en todo país democrático del mundo), de presentarse en debates públicos, no sólo de cara a sus contendores, sino a la sociedad entera. Como la única forma de estar objetivamente informado en política es conocer los planteamientos de todos, y muy especialmente de los contrarios a las ideas propias, la inexistencia del debate público obligatorio, sólo significa que en Iquique, quienes sufragaron por los candidatos más votados, más lo hicieron por “duros,” por “tincada,” “para que no ganara el otro contrincante mayor,” o porque se dejaron llevar por las apabullantes, faranduleras y multimillonarias exhibiciones de propaganda, que hicieron un verdadero circo de lo que debió ser un serio ejercicio cívico. No puede ser más lamentable que los dos candidatos más votados, Soria y Dubost, nunca quisieron exponerse a la discusión pública de sus programas y propuestas, y aun así, consiguieron más votos. Ante los ojos de cualquiera persona que nos mire desde fuera, este hecho, es, por lo menos, insólito. Pero al final de cuentas, el gran vencedor de las elecciones municipales pasadas, fue el ausentismo, que alcanzó en Iquique, como en todo el resto del país, casi los dos tercios del electorado. Por ende, el alcalde electo, Jorge Soria, sabe bien que no fue elegido como lo fue hasta 1973, cuando el 80% o más del electorado inscrito votaba, y quienes eran menores de 21 años (la edad para tener derecho a votar en esa época), luchaban fervorosamente por tener ese derecho. Hoy, Soria y sus seguidores deberían considerar el hecho que el nuevo alcalde fue elegido con alrededor de sólo el 15% de los electores; además, completamente desinformados sobre lo que pensaban y proponían los otros candidatos. En verdad, un rasgo de humildad y prudencia del alcalde electo (que, francamente, no espero) sería que oyera las opiniones y consejos de los que fueron sus adversarios en esta bien poco representativa elección municipal, y que se haga asesorar siempre por los expertos y especialistas más calificados disponibles en la región, en todas las materias posibles. Tales expertos aquí existen, como por ejemplo, en materia de Educación y medioambiente, de las que, dicho directamente, el nuevo alcalde no entiende nada –como ya se está viendo- ni tiene por qué entender necesariamente.

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